En esta obra, Mauro adapta una novela de principios de siglo pasado de Ranpo Edogawa, padre de la novela policíaca japonesa del mismo título, narrándonos la historia de Hirosuke Hitomi, un oscuro y mediocre escritor obsesionado con hacer realidad sus ensoñaciones sobre el paraíso terrenal. Cuando Hitomi se entera de la muerte de su antiguo compañero de estudios, el acaudalado Genzaburo Komoda, con el que guarda un extraordinario parecido, decide suplantarlo para aprovechar su fortuna y hacer realidad su sueño. Sin embargo, Hitomi no lo tendrá fácil en su objetivo ya que, aparte de simular su propia muerte y deshacerse del cuerpo de Komoda, deberá convencer a todos los que conocieron a su viejo amigo, incluida su mujer, la bella Chiyoko. ¿Logrará Hitomi su objetivo y logrará construir su particular Paraíso Terrenal o será desenmascarado? Tendrán que leerse el cómic para averiguarlo.
Nadie puede discutir a estas alturas de la fiesta las excelencias de Mauro como dibujante. Es junto a Taniguchi el dibujante de trazo más limpio y perfeccionado de todo el cómic japonés. Un dibujante preciosista y detallista, culto y refinado que incorpora en sus obras todo tipo de referencias que hacen las delicias de sus cultos seguidores. Sin embargo, en esta última obra, Mauro se olvida que incluso el más bello dibujo, en cómic, debe estar al servicio de la narración dejándose llevar por su maestría y abandonando la narrativa, que se vuelve confusa en demasiadas ocasiones, o el tratamiento de los personajes. No conozco la obra original, pero la adaptación de Mauro da la sensación de ser demasiado lineal y plana para tratarse de una historia de intriga, no logrando en ningún momento atrapar al lector más allá de la admiración por los bellos dibujos de un Mauro que parece cada vez más volcado en su vertiente de ilustrador y pintor que por la de autor de cómics. En esta ocasión, la historia se convierte en una mera excusa para que el autor dibuje lo que le apetece en forma de homenaje a grandes de la pintura, desde El Bosco hasta pintores simbolistas como Böcklin o Waterhouse, con la excusa de la recreación de ese paraíso terrenal ideado por el protagonista, y obviando la importancia de la trama. Aparte de las mencionadas referencias, hay muchas más que sus lectores podrán descubrir, algunas de las cuáles son recogidas en el excelente artículo de Clara Arévalo, convirtiéndose esa “caza de la referencia” en el principal atractivo de la relectura de la obra.
En definitiva, “La extraña historia de la isla Panorama” decepcionará a aquellos que busquen una entretenida obra de intriga o el terror macabro y exquisito de sus otras obras, en esta ocasión bastante edulcorado, siendo sólo recomendable para aquellos que pretendan disfrutar de su armonioso y pulcro dibujo más allá de la obra en su conjunto. La edición de Glénat bastante buena.