De momento ha aparecido hace unos meses el primero de estos tomos que recoge los cuatro primeros álbumes de la serie (“Adèle y la bestia”, “El demonio de la Torre Eiffel”, “El sabio loco” y “Momias enloquecidas”) que básicamente son los que se adaptan en la película (según dicen, que yo la película todavía no la he visto) creo que estamos ante una de las recuperaciones del año, previniendo que las aventuras de Adèle Blanc-Sec no es un tebeo para todos los gustos y que puede llevar a más de uno a sentirse irritado tras su lectura ya que no estamos ante un tebeo convencional.
Desde los inicios de la publicación de la serie en 1976, Tardi se planteó el desarrollo de una serie que fuese una declaración de amor a los pastiches y novelas por entregas francesas de finales del XIX y principios de siglo XX ideadas por los Lerroux, Dumas, Verne y, sobre todo a mí entender, de “Los misterios de París”, de Eugene Sue, y a lo largo de los cuatro álbumes que se recogen en este volumen sienta las bases de la serie en la que alejándose del tono dramático de las aventuras hace un acercamiento irónico a las desventuras de su antiheroina en las que subvierte las estructuras lógicas para que el tebeo se convierta en una lectura completamente impredecible y alocada en la que de una página a la siguiente cualquier cosa puede pasar y se evite cualquier tipo de clímax formulario, poco habitual en los cómics de aventuras modernos pero muy propio del tipo de literatura que Tardi pretende emular y parodiar.
Adèle Blanc-Sec es el único personaje cuerdo en el universo gótico inventado por Tardi, en el que los cultos satánicos pequeño burgueses, los rocambolescos experimentos de científicos chiflados dispuestos a vencer a la muerte y los pterodáctilos poseídos van de la mano de chocantes momias resucitadas e ídolos mesopotámicos, siendo la pragmática Adéle más que una heroína al uso una mera espectadora forzosa de las rocambolescas aventuras improvisadas por Tardi a su alrededor. Un Tardi que en ningún momento realiza el cómic pensando en lo que va a gustar a los demás sino en lo que le gusta a él y que propone un juego en el que marca las reglas para disfrutar de sus historias (tipos como Alan Moore y Mike Mignolla estoy seguro que lo han hecho).
Por otro lado, si la ironía de Tardi concentrada en un único volumen leída de un tirón puede que llegue a empachar, recomiendo que se lea esta obra a poquitos para ir digiriendo las bromas que el autor se permite. Un Tardi que, a pesar de estar improvisando todo el rato, logra ir cerrando las historias para que sólo pendan de un implícito “continuará” que va dando cohesión a la serie junto a la aparición de impagables secundarios como el lamentable comisario Caponi, víctima propiciatoria de los juegos de Tardi. Si a pesar de todo, las historias no le entran siempre se puede disfrutar del despliegue gráfico de Tardi y su talento para la narración gráfica así como de su versión de un París que se convierte en un personaje más sobre el que se sustenta la obra.
En definitiva, mi consejo es que os acerquéis a “Las extraordinarias aventuras de Adèle Blanc-Sec” con la mente abierta y dispuestos a dejaros sorprender por los atrevimientos de un Tardi inspirado, atrevido y divertido como probablemente en ninguna otra de sus obras. Ya me contaréis.