Esta tarde me ha sorprendido la noticia de la supuesta muerte de Liz Taylor.
Noticia quizás esperada según oí en las noticias desde hace tiempo pero que a mí me ha costado aceptar, quizás porque la imagen de la Liz Taylor que admiro y amo está bastante alejada de la Elizabeth anciana que en los últimos años veía dando tumbos de un hospital a una clínica de desintoxicación del brazo del malogrado Michael Jackson, acudiendo a eventos benéficos o cambiando de marido en busca quizás de una juventud efímera que hacia tiempo la abandonó.
No, esa Elizabeth de carne que ha muerto en paz, según dicen, no es la actriz de belleza ultraterrena que me conquistó con su talento en tantas y tantas películas míticas del Hollywood de antaño ni la que se forjó una leyenda de excesos fuera de las pantallas tan tormentosa como solo se pueden permitir las más grandes.
Puede que Elizabeth haya muerto, anciana y débil en la cama de un hospital, pero Liz vive, inalcanzable e inmortal por siempre en cada una de sus maravillosas películas.
D.E.P.
“Mujercitas”
“La Gata Sobre el Tejado de Zinc Caliente”
“Cleopatra”
¿Quién teme a Virginia Woolf?