Andaba yo con las orejas gachas y barruntando ya lo peor de la nueva línea de cómics patrios que se han inventado los del Planeta, cuando me hice con el nuevo álbum de David Rubín, “Cuaderno de Tormentas” y tronqué los malos augurios en entusiasmo. Planeta nos ofrece a muy buen precio y en una edición realmente cuidada el que para mí – y a estas alturas ya será difícil que la cosa cambié- es uno de los mejores álbumes del 2008 con el que David Rubín confirma las excelentes impresiones que dejó con sus anteriores obras, “La teteria del oso malayo” y “El circo del desaliento”, un autor ambicioso y sin complejos que usa los recursos propios del medio para contar una historia que aúna la calidad artística con el entretenimiento puro y duro.
En “Cuaderno de Tormentas: crónicas de los deambulares de Ciudad Espanto”, Rubín aúna clasicismo y modernidad. Clasicismo en la elección y el tratamiento de una historia centrada en el mito del viaje a los infiernos del autor atormentado en busca de inspiración tratado en obras inmortales como “La Divina Comedia” de Dante o “Fausto” de Goethe, clasicismo también en la galería de los horrores que pueblan su personal infierno, Ciudad Espanto, lleno de referencias y homenajes más o menos reconocibles y que van desde los mitos griegos a los cuentos de Borges, del “Simón del Desierto” de Luis Buñuel al surrealismo más daliniano pasando por las bromas privadas que encierran opiniones y homenajes del autor al medio en el que se desenvuelve y dignifica, el Cómic. Modernidad, por la ambición, energía y entusiasmo que derrocha en cada una de las páginas Rubín para intentar sorprender y proponer al lector desde el índice un juego que es a la vez filosofía vital, en el que el lector es parte activa en un permanente diálogo sin respuesta del que el autor sólo concibe un único e inevitable final con lo que refuerza el tono angustioso, pesimista y atormentado que busca insuflar a su obra.
Rubín explota con maestría e imaginación los recursos compositivos y narrativos propios del medio con una habilidad que a otros les cuesta una vida conseguir, logrando una obra llena de simbolismos y rica en niveles de lecturas en la que el lector podrá perderse durante horas al tiempo que percibe la honradez de un autor que se ha dejado las tripas en la elaboración de cada una de sus páginas. La influencia de Max, quién prologa la obra, se nota en el estilo de Rubín tanto en la elegancia de su trazo como en el minimalismo compositivo pero el autor orensano muestra además un nervio narrativo personal que la dota de mayor agilidad y la aleja de cualquier sospecha de imitación.
Uno de los tebeos más interesantes de este año y un autor que ha dejado de ser promesa para convertirse en realidad. Esperemos que no se le suba a la cabeza.
En “Cuaderno de Tormentas: crónicas de los deambulares de Ciudad Espanto”, Rubín aúna clasicismo y modernidad. Clasicismo en la elección y el tratamiento de una historia centrada en el mito del viaje a los infiernos del autor atormentado en busca de inspiración tratado en obras inmortales como “La Divina Comedia” de Dante o “Fausto” de Goethe, clasicismo también en la galería de los horrores que pueblan su personal infierno, Ciudad Espanto, lleno de referencias y homenajes más o menos reconocibles y que van desde los mitos griegos a los cuentos de Borges, del “Simón del Desierto” de Luis Buñuel al surrealismo más daliniano pasando por las bromas privadas que encierran opiniones y homenajes del autor al medio en el que se desenvuelve y dignifica, el Cómic. Modernidad, por la ambición, energía y entusiasmo que derrocha en cada una de las páginas Rubín para intentar sorprender y proponer al lector desde el índice un juego que es a la vez filosofía vital, en el que el lector es parte activa en un permanente diálogo sin respuesta del que el autor sólo concibe un único e inevitable final con lo que refuerza el tono angustioso, pesimista y atormentado que busca insuflar a su obra.
Rubín explota con maestría e imaginación los recursos compositivos y narrativos propios del medio con una habilidad que a otros les cuesta una vida conseguir, logrando una obra llena de simbolismos y rica en niveles de lecturas en la que el lector podrá perderse durante horas al tiempo que percibe la honradez de un autor que se ha dejado las tripas en la elaboración de cada una de sus páginas. La influencia de Max, quién prologa la obra, se nota en el estilo de Rubín tanto en la elegancia de su trazo como en el minimalismo compositivo pero el autor orensano muestra además un nervio narrativo personal que la dota de mayor agilidad y la aleja de cualquier sospecha de imitación.
Uno de los tebeos más interesantes de este año y un autor que ha dejado de ser promesa para convertirse en realidad. Esperemos que no se le suba a la cabeza.