Releyendo la estupenda recopilación que Glénat realizase hace unos años de estas “Historias de la Taberna Galáctica”, originalmente publicadas a principios de los ochenta en la revista “1984”, uno se pregunta donde está el punto de encuentro entre el desparpajo y el ridículo, la imaginación desbordante y el desfase alucinado, el divertimento elitista y la diversión popular. Y la respuesta acaba siendo obvia, única y exclusivamente, en el talento, que se tiene o no se tiene. Y, si algo demuestran estas historias, es que precisamente Josep María Bèa andaba sobrado del mismo cuando realizó esta serie o, más probablemente, su gato le inspiró las más lucidas historias de su carrera.
“Historias de la Taberna Galáctica” es un “space opera” inclasificable, quizás el último guiño a la creatividad de una Ciencia Ficción que en el momento que más cerca estuvo de alcanzar la gloria acabó adaptándose a fórmulas chuscas y políticamente correctas con las que agradar y contentar a todos los públicos convirtiéndose en un esqueleto cada vez más mondo en pos de un realismo y cientifismo en el que cada vez hay menos que rebañar. En cada una de las historias que componen estas historias hay un despliegue de creatividad mayor que en todas las películas del género que hemos visto desde que cambiamos de milenio, aunado con la inteligencia del que sabe reírse de unas convenciones que conoce demasiado bien tras bregar media vida en agencias y editoriales nacionales y extranjeras.
“Historias de la Taberna Galáctica” es un “space opera” inclasificable, quizás el último guiño a la creatividad de una Ciencia Ficción que en el momento que más cerca estuvo de alcanzar la gloria acabó adaptándose a fórmulas chuscas y políticamente correctas con las que agradar y contentar a todos los públicos convirtiéndose en un esqueleto cada vez más mondo en pos de un realismo y cientifismo en el que cada vez hay menos que rebañar. En cada una de las historias que componen estas historias hay un despliegue de creatividad mayor que en todas las películas del género que hemos visto desde que cambiamos de milenio, aunado con la inteligencia del que sabe reírse de unas convenciones que conoce demasiado bien tras bregar media vida en agencias y editoriales nacionales y extranjeras.
Las historias que componen la obra estructuradas en distintos relatos narrados por cada los engendros alienígenas que bien podrían haber salido de un goyesco aquelarre medieval (y acaban participando en más de una orgía espacial) que se reúnen como buenos parroquianos en la Taberna Galáctica localizada en un satélite perdido en medio del espacio que quizás inspirase a Neil Gaiman para sus relatos de “El fin de los mundos” de “The Sandman”, readaptan la estructura típica de las historias de Terror y Ciencia Ficción de E.C. y Warren aunque Bèa el habitual prólogo y conclusión de esas historias explicadas por un narrador interpuesto lo modifica para que sea comentado por el reparto coral de los parroquianos de la Taberna, gentes patibularia y chuscas a pesar de su condición extraterrestre y quizás por ello cercana y entrañable, resultando el grueso de esas historias tan singular como brillante en su extravagancia y desfachatez.
Bèa no obvia influencias, desde Wally Wood a Matheson, pasando por Aldiss, Scott, Dyck o Wyndham, que junta y revuelve a capricho con un toque gamberro personal y característico que consigue hacer participe al lector de la broma que subyace en el trasfondo de la historia sin sentir que el autor le esté tomando el pelo.
“Historia de las Taberna Galáctica” es un tebeo divertido y genial que probablemente por ello no tuvo continuidad en la propia obra de Bèa que no alcanzó similares cotas de inspiración en obra posteriores como “La Esfera Cúbica” o “En un lugar de la mente”, aunque tampoco estén nada mal y quizás por ello, desencantado, acabara abandonando el Cómic por otros menesteres aun cuando acabara influyendo en otros muchos artistas y si no que se lo digan, por ejemplo, al ecléctico Santiago Valenzuela y su “Capitán Torrezno”. En definitiva, un autor a descubrir por los más jóvenes aficionados que se sorprenderán de que hubiera una época en que la Ciencia Ficción más gamberra y brillante se hiciera en España (pero la hubo).