Con un poco de retraso vamos a ocuparnos del penúltimo tomo publicado por Planeta de la serie “Gotham Central”, en concreto el que engloba los números 33 a 36 de la numeración americana y el arco titulado “La muerte de Robin”:
¿Qué pasa en EEUU cuando una serie baja alarmantemente sus cifras de venta y ya no resulta rentable para la editorial? Cerrarla, obviamente, pero antes se le suele dar una oportunidad a los guionistas para que la intenten reflotar de la mejor manera que se les ocurra y si estos no tienen tiempo o ideas la opción más socorrida es “matar” a uno de los protagonistas principales. Por esta opción es por la que se decantaron en estos números Brubaker y Rucka, matando a Robin, el chico maravilla, el compañero infatigable de Batman. De este modo, en el primer número del arco y la portada se nos mostraba a un Robin roto caído en el suelo al que le salía sangre por la cabeza y rodeado de policías. Los detectives de la UCM de Gotham no saben si están ante el verdadero Robin o no, dado lo esquivo del personaje, e inician la investigación para tratar de aclarar el homicidio con dos focos de sospecha principales, los enemigos del Hombre Murciélago y el propio Batman. La investigación parece encontrarse en un punto muerto para los policías de Gotham tras el interrogatorio a los Titanes, incapaces de determinar si el cadáver aparecido es o no Robin y la aparición de un segundo Robin no les facilita las cosas. Finalmente, logran encontrar un sospechoso en la figura de Simon Lippman, un periodista aparecido anteriormente en otros arcos argumentales de la serie, pero el caso se resuelve de la manera más sorprendente posible.
“La muerte de Robin” no deja de ser una historia entretenida y bien desarrollada aun cuando la forma de resolverla sea un poco apresurada y fácil. Sin embargo, a la historia le falta la tensión dramática que fue el sello de la colección en sus primeros números por un motivo fundamental: el lector cuenta con más información que los detectives ya que sabe que Robin no ha muerto y los asesinados no pueden ser él. La búsqueda de realismo resulta patente y no se puede negar la habilidad de los guionistas para hacer que los planteamientos de los detectives en su investigación resulten lógicas y sus diálogos plausibles. En el aspecto gráfico, destaca la vuelta a los lápices del español Kano (“Superman Action Comics”, “Hero”) tras su colaboración entintando el tomo anterior junto a Gaudiano. Sin embargo, Kano hace un trabajo muy marcado por la referencia de Michael Lark y no acaba de aportar el grado de originalidad que puede esperarse de él.
Tras esta historia Brubaker abandonó la serie quedando Rucka al frente del guión en el último arco argumental del que me ocuparé próximamente. Sigan atentos.
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¿Qué pasa en EEUU cuando una serie baja alarmantemente sus cifras de venta y ya no resulta rentable para la editorial? Cerrarla, obviamente, pero antes se le suele dar una oportunidad a los guionistas para que la intenten reflotar de la mejor manera que se les ocurra y si estos no tienen tiempo o ideas la opción más socorrida es “matar” a uno de los protagonistas principales. Por esta opción es por la que se decantaron en estos números Brubaker y Rucka, matando a Robin, el chico maravilla, el compañero infatigable de Batman. De este modo, en el primer número del arco y la portada se nos mostraba a un Robin roto caído en el suelo al que le salía sangre por la cabeza y rodeado de policías. Los detectives de la UCM de Gotham no saben si están ante el verdadero Robin o no, dado lo esquivo del personaje, e inician la investigación para tratar de aclarar el homicidio con dos focos de sospecha principales, los enemigos del Hombre Murciélago y el propio Batman. La investigación parece encontrarse en un punto muerto para los policías de Gotham tras el interrogatorio a los Titanes, incapaces de determinar si el cadáver aparecido es o no Robin y la aparición de un segundo Robin no les facilita las cosas. Finalmente, logran encontrar un sospechoso en la figura de Simon Lippman, un periodista aparecido anteriormente en otros arcos argumentales de la serie, pero el caso se resuelve de la manera más sorprendente posible.
“La muerte de Robin” no deja de ser una historia entretenida y bien desarrollada aun cuando la forma de resolverla sea un poco apresurada y fácil. Sin embargo, a la historia le falta la tensión dramática que fue el sello de la colección en sus primeros números por un motivo fundamental: el lector cuenta con más información que los detectives ya que sabe que Robin no ha muerto y los asesinados no pueden ser él. La búsqueda de realismo resulta patente y no se puede negar la habilidad de los guionistas para hacer que los planteamientos de los detectives en su investigación resulten lógicas y sus diálogos plausibles. En el aspecto gráfico, destaca la vuelta a los lápices del español Kano (“Superman Action Comics”, “Hero”) tras su colaboración entintando el tomo anterior junto a Gaudiano. Sin embargo, Kano hace un trabajo muy marcado por la referencia de Michael Lark y no acaba de aportar el grado de originalidad que puede esperarse de él.
Tras esta historia Brubaker abandonó la serie quedando Rucka al frente del guión en el último arco argumental del que me ocuparé próximamente. Sigan atentos.
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