Uno de los tebeos más fascinantes publicados el año pasado fue “Chagall en Rusia” que 451 Ediciones publicó en un ajustado volumen que reúne los dos álbumes que componen la obra original con una ligera reducción que no afecta demasiado a la reproducción. Se trata de un pintoresco acercamiento realizado por Joann Sfar a la figura de uno de los pintores más influyentes del siglo pasado, el ruso francés Marc Chagall, de la que Joann Sfar se ha valido para volver sobre sus obsesiones de siempre al tiempo que narra, como si de un cuento a lo "Big Fish" se tratase, la primera etapa de la vida del pintor en su Rusia natal antes de su marcha definitiva a Francia.
El joven Chagall es un joven pintor que vive en una pequeña aldea judía en la Rusia revolucionaria. Ajeno a la guerra civil entre comunistas y zaristas, Chagall vive abstraído por su pintura y su amor hacia la hija del rabino con la que planea casarse. Sin embargo, el padre de esta solo permitirá el matrimonio cuando Chagall le demuestre que es capaz de desempeñar un oficio que asegure el futuro de su hija. El pintor, junto a una serie de pintorescos personajes que irá encontrando, se embarcará en la consecución de su objetivo montando una compañía de teatro mientras intenta resolver las tensiones internas entre su pasión por la pintura y el amor a la amada en el marco de una Rusia en guerra que desprecia a los judíos.
Sfar deja volar su portentosa imaginación para construir en torno a la figura de Chagall un cuento simbolista rico en lecturas y humor partiendo de la obra y biografía del pintor ruso, un personaje cuyo origen e inquietudes reflejan importantes puntos en común con los del dibujante francés. Y es que Chagall como Sfar reflejó y exploró en su obra su ascendencia hebraica y, al igual que el francés se ha dedicado además al cine, fue un artista polifacético e inquieto que no solo se dedicó a la pintura sino que probó fortuna en otras artes como el teatro. De este modo, en “Chagall en Rusia” Sfar se siente identificado con el protagonista convirtiendo al pintor en vehículo para reflejar sus propias dilemas vitales. De este modo, los seguidores habituales del francés encontrarán ecos en esta obra de buena parte de su producción previa desde las contradicciones en torno al amor y el Judaísmo, que tan bien reflejara en “El gato del rabino” o “Klezmer”, como la fusión de estilo pictórico y vida para reflejar la biografía de un pintor que ya experimentara con éxito en “Pasquin”. En ese sentido, “Chagall en Rusia” es quizás una obra más lograda que esta última, reflejando mediante ese discurso entre lo onírico y la realidad mejor las complejidades de la personalidad de Chagall que si se hubiera ceñido a un tratamiento más realista de la historia.
Además, esa opción le permite a Sfar desarrollar su propia creatividad, integrando con éxito influencias cubistas y fauvistas junto a referencias directas a la obra de Chagall convertido en sujeto y objeto de su propia obra pictórica, haciendo que los distintos planos de realidad y ficción confluyan en un único discurso narrativo. De este modo, Chagall interactúa con personajes como El violista o el Cristo a los que Sfar caracteriza para acentuar diversos aspectos de la personalidad del pintor, o el personaje de Tam El Carnicero, un golem en el más amplio sentido de la palabra, que se convierte en el opuesto al pintor y que representaría la ortodoxia hebraica de su personalidad.
Sfar utiliza una composición de seis viñetas por página a las que saca el máximo partido, recargado cada viñeta para trasladar en lo posible el universo pictórico de Chagall jugando con la composición y las perspectivas, y aprovechando al máximo el admirable tratamiento del color de Brigitte Findalky quién caracteriza perfectamente con colores más oscuros o claros según requiera la historia los sentimientos del protagonista y su especial visión del mundo.
En definitiva, “Chagall en Rusia” devuelve al cómic a un Sfar en magnífica forma tras sus devaneos cinematográficos. Sin duda, uno de los tebeos más destacables del año pasado.