Tampoco os penséis que me hacía muchas ilusiones, pero sí que esperaba un poco más de esta segunda entrega de “American vampire”, a partir de las expectativas generadas por la primera que ya comenté por aquí. Seguramente, la desaparición de los créditos de Stephen King algo habrá tenido que ver, pero la nueva entrega que acaba de publicar Planeta, que recoge los números seis a once de la serie regular, no pasa de entretenida.
En 1936, Las Vegas es una pequeña ciudad que intenta sobrevivir al impacto que ha provocado el crecimiento desordenado consecuencia de la construcción en su cercanía de la Presa Hoover, un proyecto faraónico que traerá la prosperidad a la región. Cuando los principales socios del consorcio que tiene la contrata de la presa, van apareciendo muertos sin gota de sangre en su cuerpo Cash McCogan, el joven sheriff de la ciudad que ha heredado el cargo de su padre recientemente fallecido, tendrá que sumergirse de lleno en el cruel y mortal universo de los vampiros americanos guiado por la agencia que pretende eliminarlos. Mientras tanto, Pearl Jones, la vampiresa americana, y su marido humano, viven una idílica vida en California sin saber que la antigua compañera de piso de Pearl y también vampira, Hattie, ha escapado de sus captores y la anda buscando con no muy buenas intenciones.
Esta segunda entrega de “American Vampire” no deja de ser un tebeo correcto pero no acaba de arrancar a profundizar en serio en las interesantes posibilidades que desde su mismo título sugiere, con un Snyder que alejado de la partitura marcada por King parece tocar de oido, moviéndose por lugares comunes y buscando agradar a la agradecida muchachada no obviando ninguna de las últimas –y discutibles- referencias cinematográficas que han padecido los vampiros en los últimos años, pero sin acabar de imprimir la mordiente necesaria a la historia para que resulte verdaderamente atractiva.
En la primera historia, “El diablo de las arenas”, Snyder vuelve a acertar con una atractiva localización histórica, Las Vegas previas a convertirse en la ciudad del juego y el pecado que todos conocemos, para acabar desarrollando una historia convencional que sirve para presentar algún personaje que se antoja tendrá su importancia en el futuro en una historia que podría haber dado más de sí lastrada por un desarrollo predecible. El segundo arco compuesto de dos episodios y titulado “La Salida” cuenta con el elemento positivo de recuperar al personaje de Hattie pero la trama a medio camino entre “Abierto al amanecer” y “Crepúsculo” protagonizada por Pearl Jones y su novio Hank resulta absurda y poco creíble, más que nada porque por mucho que se empeñen el amor entre los vampiros y los humanos es absurdo y poco creíble.
En el aspecto gráfico, es donde la serie resulta más interesante. Albuquerque, el dibujante brasileño habitual, es un más que correcto narrador y su estilo feista, grueso y sucio da con el tono y la atmósfera precisa que una serie de terror vampírico requiere teniendo como único defecto que algunas de las viñetas de acción resultan un tanto confusas. El dibujante que se han buscado para suplir las ausencias de Albuquerque, Mateus Santolouco, tampoco es manco y aunque su estilo resulta peor acabado que el del brasileño no desentona y se ajusta a la atmósfera que se pretende dar a la serie.
No es fácil a estas alturas pretender innovar en un género tan sobrexplotado como el vampírico sin romper unas cuantas convenciones. Snyder y Albuquerque lo están intentando y eso de por sí resulta meritorio pero del desarrollo y profundidad de la historia a partir de ahora dependerá que esas rupturas se justifiquen y su “American Vampire” se convierta en una obra referencial o un mediocre producto más que se aproveche lo agradecido del género. De sus autores depende.
En 1936, Las Vegas es una pequeña ciudad que intenta sobrevivir al impacto que ha provocado el crecimiento desordenado consecuencia de la construcción en su cercanía de la Presa Hoover, un proyecto faraónico que traerá la prosperidad a la región. Cuando los principales socios del consorcio que tiene la contrata de la presa, van apareciendo muertos sin gota de sangre en su cuerpo Cash McCogan, el joven sheriff de la ciudad que ha heredado el cargo de su padre recientemente fallecido, tendrá que sumergirse de lleno en el cruel y mortal universo de los vampiros americanos guiado por la agencia que pretende eliminarlos. Mientras tanto, Pearl Jones, la vampiresa americana, y su marido humano, viven una idílica vida en California sin saber que la antigua compañera de piso de Pearl y también vampira, Hattie, ha escapado de sus captores y la anda buscando con no muy buenas intenciones.
Esta segunda entrega de “American Vampire” no deja de ser un tebeo correcto pero no acaba de arrancar a profundizar en serio en las interesantes posibilidades que desde su mismo título sugiere, con un Snyder que alejado de la partitura marcada por King parece tocar de oido, moviéndose por lugares comunes y buscando agradar a la agradecida muchachada no obviando ninguna de las últimas –y discutibles- referencias cinematográficas que han padecido los vampiros en los últimos años, pero sin acabar de imprimir la mordiente necesaria a la historia para que resulte verdaderamente atractiva.
En la primera historia, “El diablo de las arenas”, Snyder vuelve a acertar con una atractiva localización histórica, Las Vegas previas a convertirse en la ciudad del juego y el pecado que todos conocemos, para acabar desarrollando una historia convencional que sirve para presentar algún personaje que se antoja tendrá su importancia en el futuro en una historia que podría haber dado más de sí lastrada por un desarrollo predecible. El segundo arco compuesto de dos episodios y titulado “La Salida” cuenta con el elemento positivo de recuperar al personaje de Hattie pero la trama a medio camino entre “Abierto al amanecer” y “Crepúsculo” protagonizada por Pearl Jones y su novio Hank resulta absurda y poco creíble, más que nada porque por mucho que se empeñen el amor entre los vampiros y los humanos es absurdo y poco creíble.
En el aspecto gráfico, es donde la serie resulta más interesante. Albuquerque, el dibujante brasileño habitual, es un más que correcto narrador y su estilo feista, grueso y sucio da con el tono y la atmósfera precisa que una serie de terror vampírico requiere teniendo como único defecto que algunas de las viñetas de acción resultan un tanto confusas. El dibujante que se han buscado para suplir las ausencias de Albuquerque, Mateus Santolouco, tampoco es manco y aunque su estilo resulta peor acabado que el del brasileño no desentona y se ajusta a la atmósfera que se pretende dar a la serie.
No es fácil a estas alturas pretender innovar en un género tan sobrexplotado como el vampírico sin romper unas cuantas convenciones. Snyder y Albuquerque lo están intentando y eso de por sí resulta meritorio pero del desarrollo y profundidad de la historia a partir de ahora dependerá que esas rupturas se justifiquen y su “American Vampire” se convierta en una obra referencial o un mediocre producto más que se aproveche lo agradecido del género. De sus autores depende.