Uno de mis grandes descubrimientos del 2010 como lector de cómics ha sido el francés Frank Le Gall (del que solo había leído antes un “Lapinot”) gracias al primer integral en que Planeta ha empezado a recopilar su serie más famosa “Theodore Poussin” en el que se reúnen los cuatro primeros álbumes de la serie, “Capitán Steene”, “El devorador de archipiélagos”, “Maria Verdad” y “Secretos”.
Partiendo de las experiencias de uno de sus abuelos, Le Gall construye a un aventurero peculiar, el quebradizo Theodore Poussin, un joven chupatintas que es el único sostén económico de su familia al que se le abre la puerta a la aventura cuando debe viajar en uno de los barcos de la compañía en la que trabaja a los mares de Indochina. Con el único encargo de intentar dar con la tumba de su tío desaparecido, el capitán Steene, Theodore parte ignorando que un misterioso personaje, el siniestro y maquiavélico Noviembre, intentará por todos los medios evitar que Poussin pueda regresar de nuevo a su hogar, convirtiéndole en una pieza de un juego cuyas reglas desconoce.
“Theodore Poussin” es un tebeo que evoca directamente a Pratt y “Corto Maltes” en su defensa de la aventura por la aventura de tal manera que el lector acaba situándose al mismo nivel del protagonista a la hora de ir descubriendo los lances a los que el destino (o sus enemigos) someten a Theodore o Corto. No es esta la única similitud con la obra maestra de Pratt ya que ambas beben de fuentes comunes, de grandes autores de la novela de aventuras y viajes como Jack London, Stevenson, o Joseph Conrad autores cuya influencia no ocultan sino que ensalzan en unas obras que además de su propia importancia sirve como vehículo reivindicativo para el conocimiento de autores clásicos que no debemos dejar caer en el olvido.
A lo largo de los cuatro álbumes que componen la obra asistimos a la enorme evolución gráfica de Frank Le Gall quién poco a poco va dejando a un lado las formas caricaturescas del “Spirou” franquinizado hacia formas más sutiles y refinadas sin perder por el camino el soberbio tratamiento de las atmósferas ni el detallismo con el que construye cada una de las viñetas ricas de personajes, convirtiéndose en un autor “moderno” dentro de la línea clara en la estela del malogrado Yves Chaland aun sin llegar a su nivel de atrevimiento. Al mismo tiempo que es notoria la evolución gráfica también resulta patente la evolución de las tramas que concibe Le Gall quién a partir de “El devorador de archipiélagos” cuenta con la ayuda de Yann, ganando en una mayor complejidad y que obligan al lector mantener constantemente la atención en la historia para no perderse en la cantidad de personajes que van apareciendo y desapareciendo de un álbum a otro siendo finalmente el único nexo que da coherencia a todo el armazón la presencia del protagonista, un Theodore Poussin en el que también se aprecia una evolución enorme del primer al cuarto álbum, dejando de lado su actitud un tanto pusilánime para convertirse en todo un aguerrido lobo de mar. Se nota que Le Gall improvisa muchas cosas pero lo hacencon habilidad para renovar un género desde propuestas que beben directamente de sus autores clásicos y acabar alcanzado su máxima expresión en el tercer álbum de la serie, “María Verdad”.
La edición de Planeta está bastante bien y aparte de los cuatro álbumes reúne varios artículos en los que el propio Le Gall va desgranando el proceso de elaboración de cada uno de ellos.
En definitiva, el primer volumen de “Theodore Poussin” es un tebeo de los que sabe a poco y deja con ganas de más. Ojalá veamos pronto publicados el resto de integrales que completan la colección.
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