Aprovechando la coincidencia que con el maremagnum de lanzamientos de coleccionables para kiosco -este y este habrá que tenerlos controlados-, Anagrama se ha subido al carro con motivo de su 40 aniversario ofertando un coleccionable de sus títulos más representativos, supongo que a buen precio (si no conocen esta editorial échenle un vistazo porque tiene un catálogo de autores y obras difícil de igualar, la primera entrega “El palacio de la luna”), recupero una lectura de hace unos meses que en su momento no les comenté. Como ya habrán adivinado por el título de la entrada, se trata de “Los detectives salvajes” de Roberto Bolaño.
“Los detectives salvajes”, grosso modo, viene narrar las aventuras de Arturo Belano y Ulises Lima, jóvenes que se mueven en los círculos bohemios y burgueses de México D.F, quienes deciden dejar de lado sus vidas en pos del rastro de Cesárea Tinarejo, una misteriosa poetisa desaparecida en los años posteriores a la Revolución Mexicana. Las peripecias de sus investigaciones se irán desarrollando a lo largo de veinte años y diversos países y continentes a través de la narración de distintos personajes con los que coincidieron a lo largo de los años los protagonistas en una búsqueda a la que consagrarán su vida y que se convierte a su vez en relato intimista, crónica histórica y generacional.
En esta novela, Bolaño consigue algo bastante complicado: sintetizar en una obra buena parte de las tendencias literarias sudamericanas de los últimos cincuenta años en una única novela que puede responder a ese ampuloso concepto de “novela total”. Y, claro lo que a sorbitos y poco a poco a uno le encanta, de golpe y de un trago como lo narra Bolaño por momentos seduce y por momentos empacha, dejando, tras su lectura noqueado y sin capacidad de reacción. Pero, vamos poco a poco.
Como les decía más arriba, no les comenté sobre esta novela en su momento ya que su lectura me dejó apabullado, resultándome difícil decidir por dónde hincarle el diente al complejo artificio que el chileno Bolaño construyó. De lo que no me cabe duda es que se trata de una de las mejores novelas de la literatura sudamericana de los últimos treinta años en la que se pueden encontrar ecos de alguno de los más importantes escritores del continente sudamericano desde Borges a Fuentes, pasando por Lima, Cortázar, Rulfo, Marsé (sí, ya sé que este no es sudamericano) o Vargas Llosa, por nombrar unos cuantos. Claro, que sintetizar todas estas influencias en algo más de seiscientas páginas es difícil y hay momentos en que la lectura se vuelve desesperante. Bolaño construye la novela en tres partes diferenciadas entre sí, tanto estructural como narrativamente. La primera “Mexicanos perdidos en México” es el diario en primera persona de Juan Madero, joven viscerealista que sueña en convertirse en escritor, que nos va poniendo en antecedentes de la existencia de los verdaderos protagonistas de la obra y los motivos que provocaron su investigación; en la segunda parte, “Los detectives salvajes” asistimos a la narración en primera persona por boca de distintos personajes de la investigación de los protagonistas y el desarrollo de su vida durante veinte años; y, finalmente, en la tercera parte, “Los desiertos de Sonora”, se retoma el diario de Juan Madero donde se dejó y los motivos que impulsaron la búsqueda que se nos acaba de narrar.
Bolaño juega constantemente con la estructura y los géneros literarios (al tiempo que los homenajea) para convertir al lector en un detective salvaje que sigue las andanzas de los protagonistas a través del testimonio de los distintos personajes –grandes perdedores de un modo u otro, la mayoría-, testimonios independientes entre sí que pueden leerse sin necesidad de seguir un orden predeterminado de lectura, al igual que sucede en la magnífica “Rayuela“. Bolaño homenajea la literatura de géneros –para mí la verdadera literatura- y, en especial la novela negra al tiempo que, por contenido, se distancia de ella en lo que no deja de ser, nada más y nada menos, una obra inclasificable de compromiso total hacia la literatura en la que lo absurdo y lo épico se mezclan por igual.
Bueno, más o menos, estas son mis primeras impresiones sobre “Los detectives salvajes” y de Bolaño un escritor tan impresionante como irritable que hoy por hoy colocaría solamente un escalón por debajo de Joyce. Cuando me recupere de esta lectura atacaré “2666”. A ver si Jorge Herralde lo deja a buen precio…
“Los detectives salvajes”, grosso modo, viene narrar las aventuras de Arturo Belano y Ulises Lima, jóvenes que se mueven en los círculos bohemios y burgueses de México D.F, quienes deciden dejar de lado sus vidas en pos del rastro de Cesárea Tinarejo, una misteriosa poetisa desaparecida en los años posteriores a la Revolución Mexicana. Las peripecias de sus investigaciones se irán desarrollando a lo largo de veinte años y diversos países y continentes a través de la narración de distintos personajes con los que coincidieron a lo largo de los años los protagonistas en una búsqueda a la que consagrarán su vida y que se convierte a su vez en relato intimista, crónica histórica y generacional.
En esta novela, Bolaño consigue algo bastante complicado: sintetizar en una obra buena parte de las tendencias literarias sudamericanas de los últimos cincuenta años en una única novela que puede responder a ese ampuloso concepto de “novela total”. Y, claro lo que a sorbitos y poco a poco a uno le encanta, de golpe y de un trago como lo narra Bolaño por momentos seduce y por momentos empacha, dejando, tras su lectura noqueado y sin capacidad de reacción. Pero, vamos poco a poco.
Como les decía más arriba, no les comenté sobre esta novela en su momento ya que su lectura me dejó apabullado, resultándome difícil decidir por dónde hincarle el diente al complejo artificio que el chileno Bolaño construyó. De lo que no me cabe duda es que se trata de una de las mejores novelas de la literatura sudamericana de los últimos treinta años en la que se pueden encontrar ecos de alguno de los más importantes escritores del continente sudamericano desde Borges a Fuentes, pasando por Lima, Cortázar, Rulfo, Marsé (sí, ya sé que este no es sudamericano) o Vargas Llosa, por nombrar unos cuantos. Claro, que sintetizar todas estas influencias en algo más de seiscientas páginas es difícil y hay momentos en que la lectura se vuelve desesperante. Bolaño construye la novela en tres partes diferenciadas entre sí, tanto estructural como narrativamente. La primera “Mexicanos perdidos en México” es el diario en primera persona de Juan Madero, joven viscerealista que sueña en convertirse en escritor, que nos va poniendo en antecedentes de la existencia de los verdaderos protagonistas de la obra y los motivos que provocaron su investigación; en la segunda parte, “Los detectives salvajes” asistimos a la narración en primera persona por boca de distintos personajes de la investigación de los protagonistas y el desarrollo de su vida durante veinte años; y, finalmente, en la tercera parte, “Los desiertos de Sonora”, se retoma el diario de Juan Madero donde se dejó y los motivos que impulsaron la búsqueda que se nos acaba de narrar.
Bolaño juega constantemente con la estructura y los géneros literarios (al tiempo que los homenajea) para convertir al lector en un detective salvaje que sigue las andanzas de los protagonistas a través del testimonio de los distintos personajes –grandes perdedores de un modo u otro, la mayoría-, testimonios independientes entre sí que pueden leerse sin necesidad de seguir un orden predeterminado de lectura, al igual que sucede en la magnífica “Rayuela“. Bolaño homenajea la literatura de géneros –para mí la verdadera literatura- y, en especial la novela negra al tiempo que, por contenido, se distancia de ella en lo que no deja de ser, nada más y nada menos, una obra inclasificable de compromiso total hacia la literatura en la que lo absurdo y lo épico se mezclan por igual.
Bueno, más o menos, estas son mis primeras impresiones sobre “Los detectives salvajes” y de Bolaño un escritor tan impresionante como irritable que hoy por hoy colocaría solamente un escalón por debajo de Joyce. Cuando me recupere de esta lectura atacaré “2666”. A ver si Jorge Herralde lo deja a buen precio…