Tengo que reconocer que yo fui uno de los muchos millones de lectores que disfruté con la lectura de “Los Pilares de la Tierra”, el tocho en el que el superventas Ken Follet nos novelaba la construcción de una catedral en la mítica villa de Kingsbridge en la Edad Media inglesa a través del relato de varias generaciones de una misma familia. Un libro estupendo con el que pasar el rato en los trayectos del Metro dejándote los ojos en la minúscula fuente elegida para la edición de bolsillo mientras intentabas que ninguna de las hojas se despegase y se perdiera. Si la cosa se hubiera quedado ahí, guardaría un recuerdo bastante agradable de este libro. Sin embargo, como el dinero llama al dinero y la ambición de los editores no tiene límites, Follet ha dedicado varios años a escribir una segunda parte, viajando entre otros sitios hasta Vitoria para documentarse en su catedral. El resultado final ha sido “Un mundo sin fin” otro tocho de más de mil páginas que ofrece más de lo mismo pero sin contar esta vez, a pesar de la campaña publicitaria que acompaño su publicación, con la ventaja de lo novedoso que tenía su primera parte y que a mí particularmente me ha costado un mundo sin fin terminar.
La acción se sitúa ciento cincuenta años después de los acontecimientos narrados en la primera novela y en esta asistimos a la evolución de la villa y el priorato de Kingsbridge a través de las vivencias de cuatro personajes ligados desde la infancia por un juramento de silencio. Esos niños marcados por sus orígenes irán evolucionando y viviendo aventuras y desventuras, amores y odios en medio de las intrigas, enfermedades y guerras que convulsionaban la caótica Edad Media.
La acción se sitúa ciento cincuenta años después de los acontecimientos narrados en la primera novela y en esta asistimos a la evolución de la villa y el priorato de Kingsbridge a través de las vivencias de cuatro personajes ligados desde la infancia por un juramento de silencio. Esos niños marcados por sus orígenes irán evolucionando y viviendo aventuras y desventuras, amores y odios en medio de las intrigas, enfermedades y guerras que convulsionaban la caótica Edad Media.
“Un mundo sin fin” es la constatación de unafórmula agotada que hace bueno el socorrido dicho de que las segundas partes no son buenas. Y es que las nuevas tramas que giran alrededor del priorato de Kingsbridge recuerdan demasiado a lo ya leído en “Los pilares de la tierra” alargadas las tramas hasta la extenuación gracias al oficio de Follet, unidas con una pobre argamasa salpimentada con críticas a la Iglesia y la nobleza y sexo ligth que no sorprende ni engancha en ningún momento con lo que el terminar cada capítulo se convierte en un reto y llegar al final de la novela un triunfo. Pero no es lo peor de la novela la flaqueza argumental o lo estereotipado de los personajes en los que los grises no se admiten y los buenos son perfectos y los malvados peores sino como Follet recrea una Edad Media a su medida en la que sus perfectos protagonistas interactúan muy por encima de la época en la que el autor los sitúa escribiendo (y esto es una presunción mía) no tanto a lo que a él le hubiera gustado escribir (esto es un trabajo de encargo en toda regla muy bien pagado) como lo que presume que sus masivos lectores potenciales esperan leer. Y es para esos lectores mayoritarios para los que crea unos insufribles protagonistas, Caris y Merthin, inaguantables sabelotodos adelantados a su tiempo y más cercanos a los hombres y mujeres contemporáneos que a los de la Edad Media en que se sitúa la historia.
A pesar de esta lamentable impresión, creo que “Un mundo sin fin” se venderá bien. Follet conoce a su público y les da aquello que quiere por lo que mucho me temo que tendremos una tercera novela situada en la catedral de Kingsbridge en el futuro. Eso sí, conmigo que no cuenten. Yo me salgo de la iglesia…