Supongo que muchos ya habréis leído las opiniones de Lewis Trondheim, “uno de los padres de la literatura del cómic o novela gráfica”, aparecidas en el El País de hace unos días. Si no, todavía estáis a tiempo de hacerlo aquí.
Trondheim viene a decir: "Se dice que vivimos la edad dorada de la novela gráfica porque ahora hay un público adulto que quiere cómics menos adolescentes. No tengo nada en contra del mainstream, leí Los pitufos, Tintín o Spirou, pero está bien que haya historietas con las que el lector pueda pensar”.
¿Qué quiere decir?¿Los adolescentes no piensan? Obras con las que el lector pueda pensar… como las suyas se sobreentiende o, más bien, como parte de las suyas, porque “La Mazmorra”, su serie más exitosa, tendríamos que englobarla en el ámbito más comercial y juvenil de la BD actual y, por tanto, se deduce que su objetivo con esta obra es un mero entretenimiento evasivo para que el lector no piense.
Todas las opiniones son respetables, pero yo estoy profundamente en desacuerdo con estas declaraciones de Trondheim. Unas declaraciones cainitas y poco afortunadas que dejan en bastante mal lugar a autores históricos tan importantes como Hergé, Franquin o Peyo y en las que sibilinamente menosprecia una tradición de cómics de la que él y otros “padres de la literatura del cómic” forman parte y cuyas lecciones de un modo u otro han incorporado con éxito a su propia obra autores de la generación de Trondheim y tan poco sospechosos imagino para el caballero como Blain, Sfar o Bravo, precisamente porque, como lectores y autores, han sido capaces de (re)pensar sobre “Los Pitufos”, “Tintin" o “Spirou”, cómics dirígidos a un público juvenil e infantil pero también disfrutables por cualquier lector adulto y analítico.
Las declaraciones de Trondheim obedecen a una tendencia rupturista cíclica típica en el arte –ha pasado en la música, ha pasado en el cine y ha pasado en el cómic norteamericano- consistente en intentar ensalzar lo nuevo denigrando lo antiguo pero esas actitudes siempre me ha parecido, como mínimo, ingratas cuando no insolidarias con los autores y maestros precedentes que elaboraron las obras que, en su contexto histórico, les dejaron hacer.
No es fácil discernir ni poner las fronteras entre cómics, tebeos y novelas gráficas, tebeo de autor y tebeo comercial, pero, para los lectores –esos que piensan- al final lo que realmente merece la pena se reduce en discernir los tebeos buenos de los malos. Y eso en el fondo depende del gusto subjetivo de cada uno…
¿Si no se está dispuesto a respetar lo anterior, sobre qué base sólida se va a construir algo nuevo? Quizás Trondheim debería pensárselo, pero de un tipo tan divo como para hacerle la gracia de abajo a un aficionado que le pide un dibujo realmente espero cualquier cosa por estar en el candelero.