Ha muerto
Charlton Heston, uno de los últimos representantes del viejo
Hollywood de las grandes estrellas, las luces y la leyenda, y su muerte me llena de sensaciones contradictorias.
Por un lado, Heston en sus últimos años personificó casi todas las ideas y posiciones que más desprecio desde su cargo de presidente de la peligrosísima Asociación Nacional del Rifle. Con su rifle en alto escenificó la puesta en escena de la Norteamérica más profunda, pacata y ultraderechista, dispuesta a defender a ultranza su derecho a portar armas de fuego con total libertad como si siguieran viviendo en el viejo Oeste de los cuatreros y negar que el hombre desciende del mono. Sin embargo, antes de esa bochornosa imagen, Heston fue uno de los íconos de la masculinidad y la épica en un montón de excelentes películas de aventuras en las que solía interpretar al tipo duro dispuesto a enfrentarse a todo y a todos antes que dar su brazo a torcer en títulos como “
55 días en Pekin”, “
El Cid”, o “
Mayor Dundee”. Aunque Heston probó todos los géneros desde la ciencia ficción (¿Quién no se acuerda de “
El planeta de los simios” y sus continuaciones o “
El último hombre vivo”, adaptación muy libre del “
Soy leyenda” de
Matheson?) al cine de catástrofes (”
Terremoto”, “Aeropuerto 75”) el género que le consagró fue el histórico donde interpretó a personajes de corte épico como Moisés en “
Los Diez Mandamientos” o “
Ben Hur”, película esta por la que conseguiría su único Oscar.
Si de las personas que mueren debemos quedarnos con lo mejor que nos aportan yo me quedaré con unos cuantos títulos memorables como “
Sed de Mal” y olvidaré, como el mismo olvidó a consecuencia del
Alzheimer que padeció en los últimos años de su vida, sus posicionamientos personales.
D.E.P.