Nos despachábamos el sábado en el telediario con una noticia que no por esperada resultó menos triste. Paul Newman moría de una manera tranquila, sencilla y silenciosa rodeado por sus familiares y amigos tras una lucha infructuosa contra el cáncer que ha durado algo más de un año y de la que poco se ha filtrado desde su retiro.
Si por algo se caracterizó Newman, aparte de romper corazones con sus espectaculares ojos miopes a lo largo de su carrera fue por alejarse de los oropeles del estrellato cinematográfico (cuando esto aún significaba algo) y, sin renunciar al mismo, buscarle un sentido utilizando su fama para promover todo tipo de causas benéficas, elevando la solidaridad, por esos mimetismos que sólo se producen en Hollywood, en una característica más de lo que supone ser una estrella agradecida, con un punto de honradez que a los que han venido después no le hemos sabido encontrar.
Newman pasó buena parte de sus primeros años de carrera luchando por demostrar que era más de una cara bonita y el “plan B” de los estudios tras la muerte de James Dean –con el que compartió, con mayor fortuna, el gusto por la velocidad y los bólidos-. Tras su aspecto de galán se escondía un buen actor, solvente, capaz de desenvolverse en todo tipo de géneros con acierto, desde melodramas como “El largo y cálido verano” o “La gata sobre el tejado de zinc” en los que la tensión sexual se palpa en sus duelos con Joanne Woodward (su mujer en la vida real a lo largo de casi cincuenta años) o con la imponente Elisabeth Taylor, hasta dejarse romper literalmente la cara en un biopic pugilístico como “Marcado por el odio”, del que luego beberían hasta atragantarse Scorsese y Robert de Niro para esa obra maestra que es “Toro Salvaje”. Sin embargo, el papel que Newman interpretó como nadie fue el de pícaro caradura en todos sus registros, desde el desencantado cinismo de “El Buscavidas” –y su innecesaria continuación años ha, “El color del dinero”- a la rebeldía pasiva de “La leyenda del indomable” pasando por sus colaboraciones con el otro sex symbol de la época –que, curiosamente, también supo reinventarse a tiempo- Robert Redford en “Dos hombres y un destino” y “El golpe” , películas y personajes hechos a la medida de su talento y por las que todavía hoy es recordado. Sin olvidar tampoco sus incursiones dentro del thriller y el policiaco en personajes a los que dotó de su personal estilo en títulos emblemáticos como “Harper, detective privado” o “Distrito Apache”.
En la madurez, que en el cine separa a los actores de los modelos, Newman demostró pertenecer al primer grupo con algunas interpretaciones excelentes en películas como “Veredicto Final”, “Al caer el sol” o “Camino a la perdición”.
Y todo ello, sin dejar en ningún momento de mirar a la cámara y a la vida con la mirada limpia del que nada tiene que ocultar. Cosa rara en un actor...