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Cuando me he enterado esta mañana de la muerte a los veintisiete años de Amy Winehouse lo único que se me ha ocurrido preguntarme es si la habrá merecido la pena sacrificar su salud, su vida y su talento para unirse a la selecta y maldita lista de artistas atormentados que decidieron un buen día dedicar su vida a “vivir deprisa, morir joven y dejar un bonito cadáver”, que personalmente siempre he pensado que era una gilipollez justificativa tan mala como cualquiera. En fin...
De Amy nos quedarán un puñado de buenas canciones y la duda de hasta donde podría haber llegado. Ya es un mito.
“You know I’m no good”.
Una pena, la verdad.
D.E.P.