Los lectores habituales de cómics nos quejamos habitualmente, con resabio justificado, de la repetición de clichés y tópicos que inundan las librerías de obras de autores que una vez sí y otra también nos ofrecen “más de lo mismo” en una sucesión de convenciones que acaban por aburrir al más convencido. Precisamente por ese motivo, no deja de ser un grave error dejar de conocer la obra de Jaime Hernández, creador de un universo propio rico en referencias pero al mismo tiempo tremendamente original, y, más allá del interés que pueda suscitar sus temas y obsesiones, uno de los autores de cómics más completos y sólidos que ha dado el medio en los últimos cuarenta años del que cualquier proyecto de historietista puede y debe aprender.
A partir de las extraordinarias experiencias de sus fascinantes personajes femeninos, las historias de Jaime giran en torno a las relaciones de amor y desamor de sus protagonistas y la libertad, optimismo y alegría con la que viven sus vidas. A esa moraleja principal, Jaime le da un envoltorio sorprendente alejado de convencionalismos, ya que las protagonistas de sus historias son mecánicas y luchadoras de lucha libre, multimillonarias y chicanas punkies que juntas y revueltas protagonizan historias en las que el autor coquetea con habilidad y sin prejuicios con díspares y eclécticos elementos de culebrón, terror, ciencia ficción y humor, manteniéndose siempre uno o varios pasos por delante de un lector al que no deja de recordar que es un invitado y personaje curioso más en su fascinante universo de ficción. Un universo evocdaor de una estética retro realista inspirado en el cine y la televisión de las décadas de los cincuenta y sesenta y los sueños de sus más desbordantes fantasías, maceradas en los cómics y las sesiones de wrestling de su infancia o la rebeldía de los conciertos punk de su juventud, que este hijo de emigrantes dota de una personalidad sincrética, vigorosa y saludable que traslada a su original obra.
Jaime Hernández es un consumado maestro del blanco y negro. Un artista pulcro, elegante e inteligente que sabe dar siempre con el encuadre perfecto para contar sus historias en la siempre exigente composición de dos por tres viñetas por página que maneja como pocos el ritmo de la narración. Jaime se muestra como un maestro, lleno de recursos que sorprende con la profundidad de sus composiciones y ligereza de sus personajes, pasando con toda naturalidad del dibujo más realista a la caricatura evocadora de otros grandes como Charles Schultz y sin obviar guiños a otro gran autor de la escena del cómic independiente norteamericano, Charles Burns.
El último recopilatorio que acaba de publicar La Cúpula, con historias que a pesar de contar con más de diez años de antigüedad se mantienen frescas y divertidas, es una buena oportunidad para adentrarse en tan particular universo. En realidad, una oportunidad tan buena como otra cualquiera porque aunque todo se interrelaciona en el mundo de Penny, Maggie y Hopey, cada una de las historias tiene una entidad propia que permite leerlas sin conocer anteriores (la trilogía “Locas”) o posteriores (“La Educación de Hopey Glass”) entregas con lo que cada reencuentro con las protagonistas es único e inigualable.
En fin, la obra de Jaime Hernandez está llamada a ser una obra maestra del noveno arte si no lo es ya por derecho propio que como los buenos vinos gana solera y bouquet conforme pasan los años. No la dejéis de conocer.
A partir de las extraordinarias experiencias de sus fascinantes personajes femeninos, las historias de Jaime giran en torno a las relaciones de amor y desamor de sus protagonistas y la libertad, optimismo y alegría con la que viven sus vidas. A esa moraleja principal, Jaime le da un envoltorio sorprendente alejado de convencionalismos, ya que las protagonistas de sus historias son mecánicas y luchadoras de lucha libre, multimillonarias y chicanas punkies que juntas y revueltas protagonizan historias en las que el autor coquetea con habilidad y sin prejuicios con díspares y eclécticos elementos de culebrón, terror, ciencia ficción y humor, manteniéndose siempre uno o varios pasos por delante de un lector al que no deja de recordar que es un invitado y personaje curioso más en su fascinante universo de ficción. Un universo evocdaor de una estética retro realista inspirado en el cine y la televisión de las décadas de los cincuenta y sesenta y los sueños de sus más desbordantes fantasías, maceradas en los cómics y las sesiones de wrestling de su infancia o la rebeldía de los conciertos punk de su juventud, que este hijo de emigrantes dota de una personalidad sincrética, vigorosa y saludable que traslada a su original obra.
Jaime Hernández es un consumado maestro del blanco y negro. Un artista pulcro, elegante e inteligente que sabe dar siempre con el encuadre perfecto para contar sus historias en la siempre exigente composición de dos por tres viñetas por página que maneja como pocos el ritmo de la narración. Jaime se muestra como un maestro, lleno de recursos que sorprende con la profundidad de sus composiciones y ligereza de sus personajes, pasando con toda naturalidad del dibujo más realista a la caricatura evocadora de otros grandes como Charles Schultz y sin obviar guiños a otro gran autor de la escena del cómic independiente norteamericano, Charles Burns.
El último recopilatorio que acaba de publicar La Cúpula, con historias que a pesar de contar con más de diez años de antigüedad se mantienen frescas y divertidas, es una buena oportunidad para adentrarse en tan particular universo. En realidad, una oportunidad tan buena como otra cualquiera porque aunque todo se interrelaciona en el mundo de Penny, Maggie y Hopey, cada una de las historias tiene una entidad propia que permite leerlas sin conocer anteriores (la trilogía “Locas”) o posteriores (“La Educación de Hopey Glass”) entregas con lo que cada reencuentro con las protagonistas es único e inigualable.
En fin, la obra de Jaime Hernandez está llamada a ser una obra maestra del noveno arte si no lo es ya por derecho propio que como los buenos vinos gana solera y bouquet conforme pasan los años. No la dejéis de conocer.