Tras una larga espera de más
de dos años –tanto en España con la edición de Norma Editorial como en su
momento en Francia con la original de Dargaud-, Xavier Dorison y Mathieu
Lauffray han puesto un broche de oro a las nuevas aventuras del pirata más
icónico de la Literatura universal, Long John Silver, con “Guyanacapac”, el
cuarto álbum de la serie con un resultado que justifica tan larga espera.
Tras todas las peripecias
narradas en las anteriores entregas de la serie, Silver y sus compañeros a
bordo del “Néptuno” por fin llegan a su destino, la perdida ciudad de
Guyanacapac donde se desvelarán todos los misterios tras la desaparición del
capitán Hastings. En la siniestra ciudad perdida, Silver y sus
piratas tendrán que hacer frente a sus peligros y a un sanguinario culto
comandado por el siniestro y traicionero Mot quién tiene siniestros planes para el hijo que espera Lady Vivien Hastings. Silver tendrá que elegir entre esta y el inmenso tesoro que se esconde entre las ruinas de la ciudad maldita.
Es cierto que Dorison cierra
las tramas y le da un final adecuado a la serie con un planteamiento ágil, que
quizás en ocasiones resulte un tanto precipitado acelerando en demasía las situaciones
planteadas, pero realmente lo que hace que este último álbum, y por extensión la serie, entren
por los ojos y se disfruten de la primera a la última página es el extraordinario trabajo gráfico de un implicadísimo Mathieu Lauffray, que convierte cada página en
nuevo motivo de embeleso y que ha cuidado hasta el último detalle para reflejar
toda la grandeza terrorífica de la ruinosa ciudad maldita de Guyanacapac en este último álbum. Mérito
añadido es además que Lauffray ha sabido mantener el ritmo impuesto por el
frenético desenlace previsto por Dorison en el guión, con una cuidada composición de
página que hace compatible las espectaculares páginas dobles que nos ofrece en
todo momento con la claridad expositiva.
En fin, “Long John Silver:
Guyanacapac” cumple perfectamente su objetivo y propone una obra de piratas moderna que homenajea al clásico que infielmente la inspira sin
caer en lugares comunes, mostrando un paso más en la progresión de un
talentoso dibujante como Mathieu Lauffray. No es poca cosa.