Una de las novedades que esperaba con más impaciencia del último Salón del Cómic de Barcelona era la nueva edición de “Haxtur”, todo un clásico del gran Víctor de la Fuente, que por desgracia llevaba demasiado tiempo olvidado por nuestros editores. Y lo cierto es que la espera ha merecido la pena porque la edición que Ediciones Glénat ofrece de la misma es excelente con un cuidado exquisito en todos los detalles desde el exhaustivo artículo introductorio del gran Manuel Barrero a la entrevista contextual a de la Fuente publicada en la revista “Trinca” pasando por la advertencia sobre la supervisión y autorización del autor al recoloreado digital realizado, que a mí personalmente no me disgusta en líneas generales, ya que viene avalado por el autor pero que me parece en algunos momentos, demasiado chillón respecto a la edición de Doncel aunque en otros curiosamente dota de mayor espectacularidad si cabe a la obra, si lo comparamos tal y como se hace en esta excelente entrada de Comics en Extinción.
“Haxtur” es una obra que hay que situarla en su momento histórico para entender todo su significado. Surgió en un momento en que en España no se hacían cómics de autor y en que a uno le podían meter en la cárcel por dibujar y escribir sobre según qué cosas. Y, sin embargo, curiosamente, “Haxtur” pasó todos los filtros y se empezó a publicar en “Trinca” (una revista pro-régimen) en 1971 seriada en episodios de unas seis páginas de los que de la Fuente no esperaba publicar más de tres o cuatro y fue tal su aceptación que llegó a los doce en los que finalmente se completa la obra.
La historia se inicia con el encuentro de un guerrillero herido, con una clara similitud con los revolucionarios cubanos, vagando por una especie de limbo y, sorprendentemente, matando a un dragón. Tras ello, tiene un encuentro con los cuatro jinetes del Apocalipsis quienes le exhortan a buscar su destino. A partir de este momento, se inicia el vagar del protagonista cuyo nombre desconoceremos a lo largo de toda la obra por eriales, desiertos y junglas de un limbo determinado en los que se enfrenta a todo tipo de brujos y monstruos en una ambientación característica de la fantasía heroica tan de moda en la época a pesar que en las primeras historias tuvieran ciertos elementos más propios de la ciencia ficción que serían definitivamente abandonados por el autor a partir del tercer capítulo. En el capítulo final, el guerrillero vagabundo tiene un nuevo encuentro con los Jinetes y desvela lo que ha aprendido en su vagar.
En estos momentos, más allá de la historia en sí misma la obra es rescatable por cómo lo cuenta Víctor de la Fuente, un autor extraordinario, que convierte las limitaciones con que se vio obligado a trabajar para desarrollar una obra rica en interpretaciones.
La publicación de la obra en episodios obligó a Victor de la Fuente a un enorme esquematismo a la hora de plantearse cada historia y obligándole a encontrar soluciones sorprendentes para la época para ganar espacio en cada página. De este modo son frecuentes grandes viñetas verticales con las que ganar profundidad y espacio al tiempo que el papel en blanco se convierte en un elemento compositivo más que se incorpora a la historia. ´Víctor de la Fuente demuestra un talento excepcional a la hora de dibujar los personajes y reflejar la anatomía humana, que tiene sus referentes más directos en grandes como Raymond, Foster o Salinas, y lo que llevaba haciendo en la misma época Barry Smith en “Conan el Bárbaro”, dibujando un héroe –o antihéroe- alejado de los canones imperantes que reflejaban a los protagonistas de este tipo de historias como apolíneos deportistas musculosos para recrearse en la recreación de la figura humana en toda su perfecta imperfección y refleje el desamparo del protagonista abandonado en medio de un mundo de fantasía que no entiende.
El carácter de historia abierta de “Haxtur”, a pesar de la elipsis con la que Víctor de la Fuente cierra la historia, da lugar a interpretaciones de todo tipo y quizás permita entender cómo pasó indemne por los inquisidores ojos de la censura. Aunque la interpretación más obvia es que de la Fuente buscó reflejar el delirio de un guerrillero herido en sus últimos momentos, la historia –sobre todo cada uno de sus capítulos dotados de completa autonomía y coherencia- funciona también perfectamente como atípico relato de aventuras (y seguramente esa fue la razón de su publicación) e incluso como grandilocuente manifiesto pseudofilosófico sobre la condición humana de nuevo, insisto, muy de moda en la época pero que hoy por hoy parece superado. Sin embargo, ello no quita para que la obra pueda disfrutarse hoy por hoy como uno de los mejores trabajos de un dibujante extraordinario con un talento poco común para la narración en imágenes mucho más preocupado en sugerir que en explicar, en un planteamiento arriesgado que deja al lector la reflexión final para la interpretación de una obra llena de matices.
Un tebeo indispensable que no debe faltar en la estantería de cualquier aficionado que se precie.
“Haxtur” es una obra que hay que situarla en su momento histórico para entender todo su significado. Surgió en un momento en que en España no se hacían cómics de autor y en que a uno le podían meter en la cárcel por dibujar y escribir sobre según qué cosas. Y, sin embargo, curiosamente, “Haxtur” pasó todos los filtros y se empezó a publicar en “Trinca” (una revista pro-régimen) en 1971 seriada en episodios de unas seis páginas de los que de la Fuente no esperaba publicar más de tres o cuatro y fue tal su aceptación que llegó a los doce en los que finalmente se completa la obra.
La historia se inicia con el encuentro de un guerrillero herido, con una clara similitud con los revolucionarios cubanos, vagando por una especie de limbo y, sorprendentemente, matando a un dragón. Tras ello, tiene un encuentro con los cuatro jinetes del Apocalipsis quienes le exhortan a buscar su destino. A partir de este momento, se inicia el vagar del protagonista cuyo nombre desconoceremos a lo largo de toda la obra por eriales, desiertos y junglas de un limbo determinado en los que se enfrenta a todo tipo de brujos y monstruos en una ambientación característica de la fantasía heroica tan de moda en la época a pesar que en las primeras historias tuvieran ciertos elementos más propios de la ciencia ficción que serían definitivamente abandonados por el autor a partir del tercer capítulo. En el capítulo final, el guerrillero vagabundo tiene un nuevo encuentro con los Jinetes y desvela lo que ha aprendido en su vagar.
En estos momentos, más allá de la historia en sí misma la obra es rescatable por cómo lo cuenta Víctor de la Fuente, un autor extraordinario, que convierte las limitaciones con que se vio obligado a trabajar para desarrollar una obra rica en interpretaciones.
La publicación de la obra en episodios obligó a Victor de la Fuente a un enorme esquematismo a la hora de plantearse cada historia y obligándole a encontrar soluciones sorprendentes para la época para ganar espacio en cada página. De este modo son frecuentes grandes viñetas verticales con las que ganar profundidad y espacio al tiempo que el papel en blanco se convierte en un elemento compositivo más que se incorpora a la historia. ´Víctor de la Fuente demuestra un talento excepcional a la hora de dibujar los personajes y reflejar la anatomía humana, que tiene sus referentes más directos en grandes como Raymond, Foster o Salinas, y lo que llevaba haciendo en la misma época Barry Smith en “Conan el Bárbaro”, dibujando un héroe –o antihéroe- alejado de los canones imperantes que reflejaban a los protagonistas de este tipo de historias como apolíneos deportistas musculosos para recrearse en la recreación de la figura humana en toda su perfecta imperfección y refleje el desamparo del protagonista abandonado en medio de un mundo de fantasía que no entiende.
El carácter de historia abierta de “Haxtur”, a pesar de la elipsis con la que Víctor de la Fuente cierra la historia, da lugar a interpretaciones de todo tipo y quizás permita entender cómo pasó indemne por los inquisidores ojos de la censura. Aunque la interpretación más obvia es que de la Fuente buscó reflejar el delirio de un guerrillero herido en sus últimos momentos, la historia –sobre todo cada uno de sus capítulos dotados de completa autonomía y coherencia- funciona también perfectamente como atípico relato de aventuras (y seguramente esa fue la razón de su publicación) e incluso como grandilocuente manifiesto pseudofilosófico sobre la condición humana de nuevo, insisto, muy de moda en la época pero que hoy por hoy parece superado. Sin embargo, ello no quita para que la obra pueda disfrutarse hoy por hoy como uno de los mejores trabajos de un dibujante extraordinario con un talento poco común para la narración en imágenes mucho más preocupado en sugerir que en explicar, en un planteamiento arriesgado que deja al lector la reflexión final para la interpretación de una obra llena de matices.
Un tebeo indispensable que no debe faltar en la estantería de cualquier aficionado que se precie.
Una excelente reseña de Rafa Marín, aquí.
Un excelente blog del amigo Gantry dedicado a desentrañar los secretos técnicos de Víctor de la Fuente, aquí.