Sin prisa y sin pausa me he leído la penúltima novela de Thomas Pynchon, “Contraluz”. Novela monstruosa en su acepción más freak que hará desarrollar los bíceps a aquellos que se animen con ella en su soporte de papel y en algún momento seguro que provocará el consumo masivo de aspirinas a todos los que acepten el reto que el esquivo escritor plantea entre sus páginas.
Y es que en este monumental ejercicio de literatura farragosa que es “Contraluz”, Pynchon plantea una enorme diversidad de temáticas y personajes que se entrecruzan e interactúan en la convergencia difusa entre el steampunk y el realismo mágico a la (norte)americana para a modo de alucinada corte de los milagros ofrecer un esperpéntico paseo por la Historia mundial desde finales del XIX al período de Entreguerras en clave de desquiciante pulp conspiranoico. Una novela impresionante en la que convergen apretados todos los personajes arquetípicos de cultura popular que a servidor le fascinan más alguno de propina –sabios locos, anarquistas, vaqueros, coquettes, magos, pilinguis, traficantes de armas, espías, detectives, terroristas, mineros y monjes ermitaños son solo unos cuantos ejemplos- que por las más variadas localizaciones del mundo se pasean en un constante trajinar de encuentros y desencuentros.
Esta, como todas las novelas de Pynchon, no es para los regurgitadores de bestsellers tópicos ni los admiradores de la sencillez expositiva. La ausencia de una trama central que sirva de hilazón a la historia obliga al lector a un constante esfuerzo de memoria para retener el enorme caudal de personajes, datos y referencias imaginadas con que bombardea el autor en un ejercicio único de literatura por literatura exclusivamente disfrutable para los pocos que realmente valoren todavía el placer de la lectura y su fuerza evasiva, perdiéndose en los mil y un recovecos de sus delirantes tramas.
El verdadero poso de “Contraluz” es disfrutar del enorme caudal de erudición que atesora Pynchon, en buena parte cultura de derribo que empaqueta con originalidad para reivindicar las mil y unas maneras que la baja literatura de género marginada por los académicos y críticos que todo lo saben y, como si fuese uno más de sus héroes libertarios enfrentado a los malvados villanos capitalistas que en poco se diferencian de los reales, lanzarles un misil a la línea de flotación. Pynchon toma toda esa materia prima salvaje y caótica valorada solo por unos pocos freaks para crear un producto manufacturado a la altura del aplauso de las doctas mentes preclaras de la inteligentsia de la que lleva huyendo medio siglo y que seguramente no habrá pasado de sus primeras páginas pero no le escatimarán premios y lisonjas.
Misión cumplida, señor Pynchon. Gracias por reírse de todos y con todos regalándonos un nuevo ejercicio de posmodernidad evasiva que trasciende las novelas de usar y tirar en las que se inspiró para que todos los que valoramos toda esa literatura de segunda y el friquismo bien entendido disfrutemos con el guiño de más de mil trescientas páginas que es esta novela de primera. Ahora, ¿Quién es el guapo que se atreve con una adaptación al cómic?...
Y es que en este monumental ejercicio de literatura farragosa que es “Contraluz”, Pynchon plantea una enorme diversidad de temáticas y personajes que se entrecruzan e interactúan en la convergencia difusa entre el steampunk y el realismo mágico a la (norte)americana para a modo de alucinada corte de los milagros ofrecer un esperpéntico paseo por la Historia mundial desde finales del XIX al período de Entreguerras en clave de desquiciante pulp conspiranoico. Una novela impresionante en la que convergen apretados todos los personajes arquetípicos de cultura popular que a servidor le fascinan más alguno de propina –sabios locos, anarquistas, vaqueros, coquettes, magos, pilinguis, traficantes de armas, espías, detectives, terroristas, mineros y monjes ermitaños son solo unos cuantos ejemplos- que por las más variadas localizaciones del mundo se pasean en un constante trajinar de encuentros y desencuentros.
Esta, como todas las novelas de Pynchon, no es para los regurgitadores de bestsellers tópicos ni los admiradores de la sencillez expositiva. La ausencia de una trama central que sirva de hilazón a la historia obliga al lector a un constante esfuerzo de memoria para retener el enorme caudal de personajes, datos y referencias imaginadas con que bombardea el autor en un ejercicio único de literatura por literatura exclusivamente disfrutable para los pocos que realmente valoren todavía el placer de la lectura y su fuerza evasiva, perdiéndose en los mil y un recovecos de sus delirantes tramas.
El verdadero poso de “Contraluz” es disfrutar del enorme caudal de erudición que atesora Pynchon, en buena parte cultura de derribo que empaqueta con originalidad para reivindicar las mil y unas maneras que la baja literatura de género marginada por los académicos y críticos que todo lo saben y, como si fuese uno más de sus héroes libertarios enfrentado a los malvados villanos capitalistas que en poco se diferencian de los reales, lanzarles un misil a la línea de flotación. Pynchon toma toda esa materia prima salvaje y caótica valorada solo por unos pocos freaks para crear un producto manufacturado a la altura del aplauso de las doctas mentes preclaras de la inteligentsia de la que lleva huyendo medio siglo y que seguramente no habrá pasado de sus primeras páginas pero no le escatimarán premios y lisonjas.
Misión cumplida, señor Pynchon. Gracias por reírse de todos y con todos regalándonos un nuevo ejercicio de posmodernidad evasiva que trasciende las novelas de usar y tirar en las que se inspiró para que todos los que valoramos toda esa literatura de segunda y el friquismo bien entendido disfrutemos con el guiño de más de mil trescientas páginas que es esta novela de primera. Ahora, ¿Quién es el guapo que se atreve con una adaptación al cómic?...