Recupera Planeta en un apañado volumen los dos números que componen la miniserie que Alex Ross y Steve Darnall desarrollaran sobre un icono popular tan arraigado en la imaginario del pueblo norteamericano como es el Tío Sam quién más o quién menos conoce por el famoso cartel de reclutamiento de James Montgomery Flagg. Y a pesar de los años transcurridos desde su publicación original en 1997 resulta llamativo –y preocupante- comprobar como su mensaje continua siendo plenamente vigente en los tiempos actuales.
“Uncle Sam” nos presenta al símbolo americano como un viejo senil y confuso que deambula perdido por la ciudad. Preso de sus recuerdos y de los fantasmas del pasado que le hace rememorar los más remarcables hechos históricos Sam intenta encontrar su rol en un nuevo mundo que no conoce y por el que deambula andrajoso. Cuando Sam descubra por fin su nuevo rol quizás sea demasiado tarde al haber sido sustituido por un símbolo más moderno y flexible.
“Uncle Sam” es un tebeo brillante por entender y recuperar el poder de los iconos para azotar las conciencias más allá de la calidad gráfica de un Alex Ross inspirado que derrocha talento en cara página merced a su estilo hiperrealista personalizando tanto al Sam de Flagg, que popularizase al personaje, como al superheroico de la antigua Quality ideado por Eisner (con el que, por otro lado, este cómic no guarda ninguna relación). El guionista Steve Darnall nos ofrece una versión alejada del viejo vigoroso al que estamos acostumbrados para ofrecernos una versión más débil, la de un viejo decrépito y confuso que ha perdido su identidad que mueve a la lástima. El Tío Sam de Darnall es un viejo profeta sin hogar y sin oyentes sobrepasado por una sociedad a la que le cuesta entender haciéndonos rememorar otras poderosas imágenes como “Simón del Desierto” de Buñuel, el Max Estrella de Valle o el mismo Don Quijote cervantino.
Pero, más allá de esas comparaciones, el gran acierto del cómic se basa en su fuerza evocadora. Darnall enfrenta, en la búsqueda de su identidad perdida, a Sam con las luces y sombras que han marcado la historia estadounidense a través de sus símbolos. Darnall y Ross no muestran una especial simpatía hacia el símbolo ni la nación a la que va asociado mostrando las injusticias contraponiendo la brillantez de un símbolo caído en desgracia con otros como Britannia o Columbia, actualmente olvidados, en lo que es una vuelta oscura por el sueño americano. Es en el reencuentro con la gloria idealizada de esos símbolos olvidados en los que Sam renueva su vigor para enfrentarse a su función en los nuevos tiempos.
La erudición demostrada por los autores en las referencias tanto gráficas como escritas – los alucinados diálogos de Sam son casi todas citas célebres de presidentes norteamericanos- como la calculada confusión de la narración (es un tebeo narrado en primera persona y el lector se mueve a través de los recuerdos y la vigilia del protagonista sin que en ocasiones quede clara la diferenciación entre unos y otra) lo que puede llevar al lector no avisado a despreciar un tebeo inteligente que da sentido a un sello adulto como Vertigo.
La historia, se resuelve finalmente, de un modo abrupto a través de un final abierto que, inevitablemente, invita a la esperanza que es la principal función de los símbolos. La edición de Planeta se completa con un sketchbook de Ross y un interesante artículo de Darnell sobre el origen y evolución del icono del Tío Sam. Como único punto negativo, yo hubiera preferido que en el título se hubiera traducido Uncle por Tío, ya que no hay lugar a la interpretación.
“Uncle Sam” nos presenta al símbolo americano como un viejo senil y confuso que deambula perdido por la ciudad. Preso de sus recuerdos y de los fantasmas del pasado que le hace rememorar los más remarcables hechos históricos Sam intenta encontrar su rol en un nuevo mundo que no conoce y por el que deambula andrajoso. Cuando Sam descubra por fin su nuevo rol quizás sea demasiado tarde al haber sido sustituido por un símbolo más moderno y flexible.
“Uncle Sam” es un tebeo brillante por entender y recuperar el poder de los iconos para azotar las conciencias más allá de la calidad gráfica de un Alex Ross inspirado que derrocha talento en cara página merced a su estilo hiperrealista personalizando tanto al Sam de Flagg, que popularizase al personaje, como al superheroico de la antigua Quality ideado por Eisner (con el que, por otro lado, este cómic no guarda ninguna relación). El guionista Steve Darnall nos ofrece una versión alejada del viejo vigoroso al que estamos acostumbrados para ofrecernos una versión más débil, la de un viejo decrépito y confuso que ha perdido su identidad que mueve a la lástima. El Tío Sam de Darnall es un viejo profeta sin hogar y sin oyentes sobrepasado por una sociedad a la que le cuesta entender haciéndonos rememorar otras poderosas imágenes como “Simón del Desierto” de Buñuel, el Max Estrella de Valle o el mismo Don Quijote cervantino.
Pero, más allá de esas comparaciones, el gran acierto del cómic se basa en su fuerza evocadora. Darnall enfrenta, en la búsqueda de su identidad perdida, a Sam con las luces y sombras que han marcado la historia estadounidense a través de sus símbolos. Darnall y Ross no muestran una especial simpatía hacia el símbolo ni la nación a la que va asociado mostrando las injusticias contraponiendo la brillantez de un símbolo caído en desgracia con otros como Britannia o Columbia, actualmente olvidados, en lo que es una vuelta oscura por el sueño americano. Es en el reencuentro con la gloria idealizada de esos símbolos olvidados en los que Sam renueva su vigor para enfrentarse a su función en los nuevos tiempos.
La erudición demostrada por los autores en las referencias tanto gráficas como escritas – los alucinados diálogos de Sam son casi todas citas célebres de presidentes norteamericanos- como la calculada confusión de la narración (es un tebeo narrado en primera persona y el lector se mueve a través de los recuerdos y la vigilia del protagonista sin que en ocasiones quede clara la diferenciación entre unos y otra) lo que puede llevar al lector no avisado a despreciar un tebeo inteligente que da sentido a un sello adulto como Vertigo.
La historia, se resuelve finalmente, de un modo abrupto a través de un final abierto que, inevitablemente, invita a la esperanza que es la principal función de los símbolos. La edición de Planeta se completa con un sketchbook de Ross y un interesante artículo de Darnell sobre el origen y evolución del icono del Tío Sam. Como único punto negativo, yo hubiera preferido que en el título se hubiera traducido Uncle por Tío, ya que no hay lugar a la interpretación.
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