Se nos murió el domingo otro de los grandes nombres de la ficción del pasado siglo, J. G. Ballard, quién supo reflejar como pocos las tensiones del hombre contemporáneo en novelas llenas de tensión en las que se asomó como nadie al borde del abismo de nuestras sociedades, antes de que muchos percibieran sus peligros.
Antes de recibir el aplauso del público mayoritario gracias a “El imperio del sol”, basada en parte en sus recuerdos de infancia, ya nos había dejado unas cuantas novelas indispensables para entender y retener lo que fue la segunda mitad del siglo XX. Novelas como “El mundo sumergido” o “La sequía”, en la que anunciaba con varias décadas de antelación los peligros del cambio climático que Al Gore y los telediarios nos recuerdan hoy diariamente, o novelas como “Rascacielos”, “Crash” y “La isla de cemento” en las que retrató como nadie las soledades que se ocultan tras la máscara de las convenciones. Mi favorita, quizás más allá del mal rollo que produce la mencionada “Crash” (aunque siempre menor que el que amplió ese Curro Romero que es David Cronemberg, es “Compañías de sueño ilimitada” en la que el escritor disecciona las figuras mesiánicas como nadie.
De su obra posterior, en la que Ballard coqueteó con tramas más cercanas al thriller, conozco poco más allá de la interesante “Noches de cocaína”, novela interesante pero en la que empecé a notar cierto cansancio en un autor del que siempre espere lo máximo.
El mejor homenaje a un autor es leerle. Así que en cuanto encuentre un hueco en mi lista de lecturas pendientes, me pondré con algunos de las últimas novelas o la biografía de un hombre peculiar que no sólo se dedicó a escribir y a ver la vida desde fuera, sino que también la vivió intensamente.
D.E.P.
Antes de recibir el aplauso del público mayoritario gracias a “El imperio del sol”, basada en parte en sus recuerdos de infancia, ya nos había dejado unas cuantas novelas indispensables para entender y retener lo que fue la segunda mitad del siglo XX. Novelas como “El mundo sumergido” o “La sequía”, en la que anunciaba con varias décadas de antelación los peligros del cambio climático que Al Gore y los telediarios nos recuerdan hoy diariamente, o novelas como “Rascacielos”, “Crash” y “La isla de cemento” en las que retrató como nadie las soledades que se ocultan tras la máscara de las convenciones. Mi favorita, quizás más allá del mal rollo que produce la mencionada “Crash” (aunque siempre menor que el que amplió ese Curro Romero que es David Cronemberg, es “Compañías de sueño ilimitada” en la que el escritor disecciona las figuras mesiánicas como nadie.
De su obra posterior, en la que Ballard coqueteó con tramas más cercanas al thriller, conozco poco más allá de la interesante “Noches de cocaína”, novela interesante pero en la que empecé a notar cierto cansancio en un autor del que siempre espere lo máximo.
El mejor homenaje a un autor es leerle. Así que en cuanto encuentre un hueco en mi lista de lecturas pendientes, me pondré con algunos de las últimas novelas o la biografía de un hombre peculiar que no sólo se dedicó a escribir y a ver la vida desde fuera, sino que también la vivió intensamente.
D.E.P.
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