

Bruselas, 1939. Spirou es un jovencito que se gana la vida como botones en un rutilante hotel mientras malvive en una habitación de los suburbios de la ciudad junto a su mascota y arbitra los partidos de los niños más pequeños en sus ratos libres. Spirou, gracias a su trabajo, conoce gracias a su trabajo, a famosos de incógnito que intentan vivir un fin de semana romántico, o asiste, sin entender demasiado, a unas conversaciones secretas entre polacos y alemanes cuyo fracaso puede provocar una nueva Guerra Mundial. Y en ese marco convulso, Spirou anda enamoriscado de una doncella desconocida que le abrirá los ojos al mundo e intenta impedir que un papparizzi de nombre Fantasio se le cuele en el hotel. ¿Alguien da más en 72 páginas? Probablemente, no.

Irónico, melancólico y profundamente divertido, “Diario de un ingenuo” está llamado a ser uno de los álbumes del año. Émile Bravo, en lugar de intentar, la revitalización de un personaje clásico como “Spirou” asumiendo el continuismo de Fournier tras la estela de Franquin, innovar en su narrativa, como Morvan y Munuera en sus coqueteos con el manga, o en contenidos, como en la etapa de Tome y Janry, opta por la opción más arriesgada y valiente, la que más críticas le puede acarrear de los aficionados “de toda la vida”, y decide explicar el origen “jamás contado” de Spirou de una manera adulta, realista y sensible, pero sin por ello obviar ninguno de los tópicos, complejos y críticas que el personaje y su cerrado universo ha ido acumulando a lo largo de sus casi setenta años de existencia, que resuelve de un modo natural en forma de bromas incrustadas en la historia de manera más o menos explícita. Bravo abre una hendidura en la particular armadura del icono para enamorarle y hacerle conocer la derrota, jugando a transponerle a un universo “real” convulso en el que Spirou se convierte, por su condición de héroe romántico e ingenuo, en un émulo de Charles Chaplin más que del “Tintin” hergeliano, cuya relación con el personaje sabe convertir en blanco de más de una broma. Bravo ofrece a Spirou y Fantasio la opción de madurar en esta historia en un magnífico final en el que los personajes dialogan sobre su futuro y, como Peter Pan, prefieren mantener su condición inalterable de héroes del papel en el que vivir extraordinarias aventuras.

Desde el malogrado Yves Chaland, la llamada línea clara no ha conocido a un autor que domine el medio de una manera tan absoluta como Bravo. Alejado de la evolución estética que Chaland inició, Bravo opta por un dibujo más clásico y tradicional en el que embosca bajo su aparente ingenuidad una aguda percepción del mundo que le rodea, ironizando y denunciando sus paradojas y dramas. La labor que Chaland dejó a medias y Conrad no quiso asumir, Bravo parece capacitado para sobrellevarla sin apreturas y, de paso, hacernos disfrutar. Un autor genial del que espero alguna editorial tenga a bien recuperar pronto su obra anterior, inédita en España.
En “Diario de un ingenuo”, Émile Bravo logra una obra redonda que gustará tanto a los aficionados al personaje de siempre como a nuevos lectores y demuestra que si se hacen desde el respeto y el talento todo vale a la hora de renovar y evolucionar los clásicos del cómic europeo. La edición de Planeta resulta correcta y tiene un precio asequible, aunque no hubiera estado de más incluir algún texto de fondo para situar a aquellos menos familiarizados con “Spirou” o con la trayectoria de Émile Bravo. Si sólo se pueden comprar un tebeo este mes que sea este.