miércoles, 29 de diciembre de 2010

“Wilson”, de Daniel Clowes.

Uno de los que ha sido sin duda uno de los tebeos del año para mí ha sido la última obra de Daniel Clowes, Wilson”, publicada hace unos meses por Mondadori, obra en la que el autor acomete lo que algunos han venido a considerar su primera “novela gráfica” ya que su publicación se ha realizado directamente en formato libro (o álbum) fuera del canal tradicional de sus trabajos anteriores a través de su comic book “Eightball”. Más allá de cómo se quiera clasificar, para mí “Wilson” es un gran tebeo rico en (re)lecturas y signifcados en el que el autor ofrece una lucida reflexión sobre muchas cosas, incluido el grano que hay más allá de la paja tras tanta categorización al tiempo que entretiene al personal con una historia cómica que esconde, como no podría ser de otra forma en una buena broma, un trasfondo triste, el devenir diario.

Wilson es un inadaptado social cuarentón dicharachero, egocéntrico y con baja autoestima, que avanza hacia la madurez mientras analiza a su manera los errores de su pasado. Wilson ha tenido unos padres, un perro, una hija y varias novias pero su relación con todos esos elementos es tan atípica y anticonvencional que casi es mejor que la descubráis vosotros mismos antes que os la siga contando yo.

En “Wilson”, Clowes construye uno de sus mejores personajes, último eslabón de una tradición de marginados e individualistas que fascina a la cultura norteamericana (probablemente, porque no deja de ser un reflejo exagerado y satírico de algunos de sus rasgos más característicos) cuyo principal exponente en la literatura sea Kennedy Toole con “La Conjura de los Necios” protagonizada por el gran Ignatius J. Reilly y siguierann en el cine películas tan brillantes como “Happiness” de Tom Solondz, o en el cómic Chris Ware con su “Jimmy Corrigan: el chico más listo del mundo”. Clowes plantea con ironía y ternura al mismo tiempo algunos de los problemas principales del hombre contemporáneo - y de cualquier época - que en grados probablemente menos acusados que el huraño Wilson nos hemos planteado todos alguna vez. Temas como la muerte, la amistad, la familia o la comunicación son abordados en esta obra sin caer en el maniqueísmo y dejando que cada cuál saque sus propias conclusiones a través de las tragicómicas vivencias cotidianas de su protagonista presentadas mediante capítulos de una página que se plantean como antihaikus deconstructivos para el lector atento.

Si el contenido de “Wilson” es una lectura amena para cualquiera independientemente de la profundidad o interés con que acometa su lectura, el análisis formal de la obra es un sueño hecho realidad para los teóricos del cómic. Bajo su aparente simplicidad, “Wilson” esconde múltiples preguntas y formas de entenderse que escapan a la categorización en formatos. Cada uno de los capítulos de una página tiene una coherencia propia y encierra una historia independiente y entendible por sí misma que se asemeja en ritmo narrativo al de grandes de las tiras de prensa como Schultz o incluso al de contemporáneos de Clowes como el mismo Ware al tiempo que el conjunto de la historia se va desplegando con fluidez capítulo a capítulo para abarcar en su totalidad un largo período de la vida del protagonista sin que el desarrollo lineal de la trama se resienta gracias a una cuidada y sutil continuidad. Por otro lado, en el aspecto gráfico, Clowes acomete el estilo de dibujo en cada uno de los capítulos de manera diferentes desde planteamientos más caricaturescos y minimalistas a otros más realistas y detallados sin seguir en apariencia un criterio determinado aunque con ello refuerza la atención del lector sobre la narración y la dota de sorprendentes y originales matices exclusivos del cómic.

Sin ir más allá, “Wilson” es un tebeo maravilloso en fondo y forma elaborado por un Daniel Clowes en estado de gracia que se muestra como un profundo conocedor del lenguaje en los que se expresa más allá de las categorizaciones con las que intentemos torpemente atrapar algo tan etéreo como es su talento. Y quizás, en mi humilde opinión, ese sea precisamente la gran enseñanza y el mensaje oculto en esta obra para los teóricos y estudiosos.

Stan “The Man” Lee y Pamela.

XL. También trabajó con Pamela Anderson en Stripperella, una serie animada para televisión…

S.L. Siempre quise hacer una historia con una superheroína atractiva y cuando conocí a Pamela, hallé la inspiración adecuada. ¿Quién no querría ver una versión en cómic de Pamela, una de las mujeres más deseadas? Fue muy divertido trabajar juntos. Ella sabe bien lo que el público quiere.

XL. Sí, no me cabe duda… ¿Necesitó documentarse para crear el personaje?

S.L. Habría estado bien pasar algunas horas en algún ‘club de caballeros’ estudiando a las bailarinas, por el bien de la serie, por supuesto [se ríe]. Infelizmente, no tuve tiempo, tuve que confiar en mi imaginación y en mis recuerdos de juventud.

(Genio y figura…Ayer El Hombre cumplió ochenta tacos. La entrevista completa concedida hace un par de años a “XLSemanal” la podéis leer completa aquí. Excelsior, Mr. Lee y muchas felicidades).