miércoles, 18 de junio de 2008

“Solaris” de Stanislav Lem


Cuando uno se acerca, pasados los años, a una obra considerada unánimemente en su género como “obra maestra” debe hacerlo con respeto y perspectiva del contexto en que se escribió y con el temor –lógico- de si una obra, tan legendaria, será o no de su gusto personal y se verá fuera de la ortodoxia del rebaño. Si esa calificación de “maestra” se hace a una novela perteneciente al desprestigiado y marginado subgénero de la Ciencia Ficción, uno aparte de las consideraciones anteriores debe ser especialmente cauteloso al incorporarse con demasiada gratuidad esas rimbombantes expresiones con un fin meramente mercantilista para enmascarar obras clónicas de otras anteriores que no provocan más que decepción y confusión.

Sin embargo, en el caso de “Solaris” del polaco Stanislav Lem, no creo que la calificación de “obra maestra” ande descaminada no ya por la originalidad de sus planteamientos dentro de la scifi sino por la riqueza de sus lecturas y relecturas que la convierten en una obra llena de significados, tan atemporal y novedosa cada vez que uno se sumerge en sus páginascomo sólo los clásicos más allá de su género pueden serlo.

El astronauta Kelvin llega a Solaris, un solitario y curioso planeta que gira en torno a dos estrellas, para investigar la falta de comunicaciones desde la misión científica encargada de estudiar las extraordinarias singularidades del planeta, un extraño mundo cubierto por una sustancia viva similar al plasma y capaz de adoptar extrañas y sugerentes formas que han dando pie a las más curiosas teorías e incluso a una disciplina científica –la Solarística- aunque debido a la falta de consenso y que nadie ha sido capaz de desentrañar sus secretos no está de moda. Al llegar a la estación, Kelvin se entera del suicidio de uno de los científicos y empieza a ser testigo de extraños sucesos y apariciones inexplicables al tiempo que al contacto con los supervivientes de la misión, Sartorius y Snaut, empezará a desconfiar de su huidizo, inconexo y sospechoso comportamiento.

Cuando Lem escribió “Solaris” ya era un escritor maduro que había publicado algunas de sus mejores obras como “La investigación” o “Retorno de las estrellas” pero es en “Solaris” la obra donde depura su estilo y logra una novela redonda, inteligente y sorprendente, en la que desde una aparente simplicidad, cuando no pobreza, estilística plantea sugerentes interrogaciones filosóficas y morales que aun no han sido contestadas y probablemente nunca lo sean.

Desde un planteamiento ya clásico dentro de la Ciencia Ficción, – el del “primer contacto”- en la fecha de publicación de la novela, 1961, Lem propone una curiosa amalgama de coqueteos con otros géneros literarios populares, como el terror o el thriller, con una profundidad y sutileza nunca vista hasta entonces dentro del género. Apartándose de la moda de centrarse en la descripción de civilizaciones y la utilización de un marco científico basado en las últimas hipótesis físicas y astronómicas de la “hard scifi”, Lem construye una novela introspectiva e hipnótica, centrada en las ciencias sociales y los aspectos psicológicos de la historia, desarrollando a unos personajes alejados del concepción del héroe para mostrarlos como seres débiles e incapaces, atrapados en la claustrofóbica estación y víctimas accidentales de una inteligencia todopoderosa con la que son incapaces de comunicarse, plantando así una pica de lucidez en una Ciencia Ficción demasiado influida por el optimismo de los primeros éxitos de una carrera espacial que pronto se quedaron cortos. Lem escribe un thriller en el que Kelvin se convierte en un detective – a mí Kelvin me recuerda a Sam Spade- dispuesto a averiguar qué ocurre en la estación al tiempo que es una víctima más y se inventa con sorprendente coherencia y brillantez una ciencia, la Solarística, sobre la que apoyar los razonamientos y conjeturas del protagonista al tiempo que todo ese artificio lógico se deconstruye ante la locura de enfrentarle a su amor perdido, al principio, y la imposibilidad de comprensión de lo que le rodea. Sin embargo, el último as que Lem esconde en esta novela para hacer de ella un clásico es la ambigüedad con que cierra las tramas, dejando que sea cada lector el que saque sus propias conclusiones y enriquezca la metáfora como si de un haiku se tratase.

Una novela maravillosa. No se la pierdan.