lunes, 19 de enero de 2009

Mingote, 90 años


Antonio Mingote, el decano de los dibujantes, cumplió el sábado 90 años en buena forma y con salud. Un brillante dibujante capaz de en una única viñeta asociar una idea –se esté o no de acuerdo con ella- con un dibujo con una habilidad que pocos –ninguno- han logrado igualar en maestría. Un trabajador nato que aparte de su cita con el chiste diario en la página de “ABC” ha escrito múltiples novelas, e incluso algún guión para televisión.

Empezó en la mítica “La Codorniz” y fue director de “Don José”. Irónico, dialogante e ilustrado ningún tema ha sido ajeno a su pluma y se le puede considerar el último gran patrimonio cultural que le queda a “ABC”. Por lo que no estaría de más que le cuidarán un poco más

Reconozco mi debilidad por este hombre pues yo aprendí mis primeras letras y a disfrutar del grafismo de sus chistes compartiendo periódico con mi abuelo durante años.

Que cumpla 90 más.

Poe, 200 años

ANNABEL LEE

Hace ya bastantes años, en un reino más allá de la mar vivía una niña que podéis conocer con el nombre de Annabel Lee. Esa niña vivía sin ningún otro pensamiento que amarme y ser amada por mí.

Yo era un niño y ella era una niña en ese reino más allá de la mar; pero Annabel Lee y yo nos amábamos con un amor que era más que el amor; un amor tan poderoso que los serafines del cielo nos envidiaban, a ella y a mí.

Y esa fué la razón por la cual, hace ya bastante tiempo, en ese reino más allá de la mar un soplo descendió de una nube, y heló a mi bella Annabel Lee; de suerte que sus padres vinieron y se la llevaron lejos de mí para encerrarla en un sepulcro, en ese reino más allá de la mar.

Los ángeles que en el cielo no se sentían ni la mitad de lo felices que éramos nosotros, nos envidiaban nuestra alegría a ella y a mí. He ahí porque (como cada uno lo sabe en ese reino más allá de la mar) un soplo descendió desde la noche de una nube, helando a mi Annabel Lee.

Pero nuestro amor era más fuerte que el amor de aquellos que nos aventajan en edad y en saber, y ni los ángeles del cielo ni los demonios de los abismos de la mar podrán separar jamás mi alma del alma de la bella Annabel Lee.

Porque la luna jamás resplandece sin traerme recuerdos de la bella Annabel Lee; y cuando las estrellas se levantan, creo ver brillar los ojos de la bella Annabel Lee; y así paso largas noches tendido al lado de mi querida, —mi querida, mi vida y mi compañera,— que está acostada en su sepulcro más allá de la mar, en su tumba, al borde de la mar quejumbrosa.

(Edgar Allan Poe, 200 años)

“La Clase” de Laurent Cantet


Ayer fui a ver “La Clase”, película ganadora de la espiga de oro en el Festival de Cannes y una de las más firmes candidatas en su momento (aunque va a ser que no) a estar entre las nominadas a mejor película extranjera en la ceremonia de los Oscar de este año. Y salí del cine sin saber muy bien a que carta quedarme ya que aunque a la película no se la puede negar sus méritos como documento social para mí no pasa de ser un buen documental.

Existe en el cine todo un subgénero que se ha acercado con mayor o menor fortuna al mundo de las aulas y los estudiantes conflictivos. Hay tenemos por ejemplo películas tan buenas como “Rebelión en las aulas” o tan malas como “Mentes Peligrosas”, pasando por más que honradas películas realizadas por nuestros vecinos franceses como “Ser y tener”, que podría considerarse precedente inmediato de esta “Entre le murs”, que por los caprichos del traductor, a nosotros ha llegado transformada en “La Clase” para que todos tengamos mascadito de que va desde el principio. Casi todas esas películas que tienen como marco las relaciones entre profesor y alumnos adolecen por su tono más o menos paternalista o por su abuso del melodrama, vienen a pecar del mismo vicio, dar una visión sesgada de la problemática en las aulas que acaban convirtiéndolas en historias predecibles e intercambiables entre sí. Algo de eso le pasa también a “La Clase” aunque Laurent Cantet logra, como principal aliciente de la cinta, cierta objetividad a la hora de resumir durante dos horas y cámara al hombro el particular microverso que es una clase de instituto en un barrio de París durante todo un curso, reflejando sin partidismos las frustraciones del profesor François (François Bégaudeau) a la hora de enseñar a adolescentes inmigrantes procedentes de diferentes culturas. La película se centra de una manera bastante honrada en trasladar al espectador las vivencias de primera mano que se viven en una clase para que sea él mismo quién saque sus propias conclusiones aunque se eche a faltar un esqueleto argumental más sólido que dé coherencia y trabazón a las experiencias mostradas por Cantet en un cine carente de todo artificio y con clara vocación testimonial.

Ya saben, si se cansan de las ficciones huecas que nos llegan del otro lado del charco, “La Clase” puede ser una buena oportunidad para darse de bruces con una realidad mucho más cercana de lo que podamos creer. Y, si no, al tiempo.