lunes, 30 de julio de 2007

Ibiza, la isla neurótica


Así es amigos. El destino vacacional de este año ha sido la mayor de las islas pitiusas, la isla de los Pinos para lo griegos, Ibiza, acogedor refugio estival de lo más granado del revisteo del corazón nacional y de los más guapos y guapas del panorama discotequero europeo. Tras un trayecto en avión no más largo en duración que un trayecto en Metro de Avenida de América a Sol y que se desarrolló sin novedades (lo que no deja de ser noticia tras nuestras tribulaciones con la nefasta Alitalia que ya les conté por aquí) llegamos a la Isla Blanca, dispuestos a descansar en las calitas de agua cristalina y si era menester visitar alguna de esas discotecas que tanta fama tienen (según un amigo mío ir a Ibiza y no ir a una discoteca es como ir a Madrid y no visitar el Prado, ustedes juzguen).
La isla es pequeña y en veinte minutos se puede cruzar de un extremo a otro pues las carreteras son bastante buenas. La población se distribuye en torno a tres grandes poblaciones: Ibiza, San Antonio y Santa Eulalia del Río. Ibiza capital es una pequeña ciudad realmente bonita y en la que se pueden encontrar ofertas para todos los gustos, desde las últimas boutiques y las tiendas de cualquier pueblo del litoral mediterráneo concentradas en el puerto hasta el casco viejo construido en época de Felipe II que se yergue en la cima de una pronunciada colina que no es aconsejable visitar en las horas centrales del día si no quieren deshidratarse (como casi nos pasa a nosotros). San Antonio es el pueblo más turístico de Ibiza y se encuentra invadido por ese turismo adolescente y anglosajón que encuentra carta blanca en España en general y en las Baleares en particular para hacer aquello que por razones obvias no hacen en sus países de origen. Por suerte, este tipo de turismo se concentra en lo que es el pueblo porque el litoral de la bahía de San Antonio es mucho más tranquilo y en él se concentra un turismo nacional y familiar. Santa Eulalia del Río es una población mucho más pequeña y tranquila. Las calas y playas que visitamos están bastante bien y no se notó en ningún momento que los recientes vertidos hubiesen afectado a la calidad de las aguas. Sobre el otro punto fuerte de las islas que es su oferta discotequera pues no pude juzgar porque aunque íbamos dispuestos a seguir el consejo de mi amigo cuando nos enteramos de los precios de la entrada de los garitos y de las consumiciones pues como que se nos quitaron las ganas. Señores y señoras, la entrada a una discoteca 60 eurazos sin ninguna consumición y la consumición 18 euritos de nada. Así que hicimos cálculos y nuestra magra economía no daba para esos dispendios (aparte que a mí esas cosas ya me pillan un poco mayor). El movimiento hippy que hizo famosa la isla en la década de los sesenta ha desaparecido y lo único que quedan son algunos mercadillos de los que hay que destacar los de Es Caná, que es el más grande, y el de las Dalias, que es el más bonito. No esperen encontrar gangas ni nada especialmente original pero resultan bonitos de verse. Mi consejo si quieren visitar la isla es que si saben conducir alquilen un coche y lo hagan a su aire.
También visitamos en barco la pequeña de las Pitiusas, la isla de Formentera, que se encuentra en un estado bastante virgen en comparación con el resto de las islas del archipiélago balear y en la que destacan sus lagartijas endémicas, un pequeño paraíso muy tranquilo e ideal para desconectar del mundanal ruido de la ciudad. Tampoco vimos a ningún famoso de esos, debe ser que no frecuentamos los mismos circulos.
En definitiva, que voy a dejar de contarles las vacaciones que me pongo melancólico y me entran ganas de escaparme del trabajo y volverme para allá. ¿A ustedes no les pasa?

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