miércoles, 12 de agosto de 2009

“Suéter” de Esteban Hernández.

La locura siempre ha fascinado a los creadores convirtiéndose en el tema central de no pocas obras que han intentado mostrar a los supuestos cuerdos que se esconde detrás de esos comportamientos erráticos y extraños de los enfermos mentales. Quizás esa fascinación se deba a que el proceso mismo de la creación y elaboración de una obra en muchos momentos raye con lo patológico, quizás porque el loco en su delirio, como el creador en su obra, es el rey absoluto de un Universo particular ajeno a las convenciones y reglas que los demás seguimos, víctima y verdugo de sus propias obsesiones y fantasmas.

Esteban Hernández, del que ya hemos hablado por aquí gracias a su currado fanzine “Usted”, es el penúltimo en caer en la tentación y abordar el tema en su primera obra larga, “Suéter”, partiendo del relato por su protagonista de la anécdota aparentemente casual que desencadenó en él la enfermedad.

Esteban Hernández da riendas sueltas a sus habilidades narrativas construyendo a través de una trama aparentemente sencilla una parábola desde la que sugiere al lector preguntas sobre algunos de los problemas más inquietantes del hombre contemporáneo al tiempo que el protagonista analiza las causas y los hechos que desencadenaron su enfermedad.

En esta obra, Hernández sigue la estela de autores tan alejados en cuanto a estilo que no en cuanto a preocupaciones como Pekar y su “American Splendor” en su intento de establecer un diálogo desde las páginas del cómic con el lector (aunque Esteban no asume el rol de autor/progatonista de la obra y deja que sea un tercero – el protagonista de la historia- el que lleve el peso de la narración) o el Seth de “Ventiladores Clyde”. En el aspecto gráfico la obra resulta muy sugerente, con un autor dueño de un estilo característico de figuras alargadas y distorsionadas que refuerzan la irrealidad de la historia que nos cuenta y un elaborado tratamiento del color que complementa su estilo.

Quizás “Sueter” debido a su falta de artificio y aparente simplicidad pueda parecer a algún lector una obra pobre. Sin embargo, en mi opinión, estamos ante un cómic meritorio por ambición y ganas de salirse del camino marcado por los gustos mayoritarios, ofreciendo algo diferente y dejando que sea cada lector el que enriquezca la obra con sus interpretaciones, dando cada uno respuesta a las preocupaciones no formuladas, pero emboscadas hábilmente por el autor en sus viñetas, en una parábola sin moraleja que, como las preguntas del revisor chiflado, no tienen fácil respuesta. La edición de Planeta, bastante apañada.


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