Se ha muerto David Carradine, culpable de que miles de padres de españolitos de pro empezarán a apuntar a sus hijos a judo en los gimnasios a ver si eran capaces de entre cinturones de colores y kimonos blancos adquirir algo de la sabiduría oriental que desprendía su personaje de Caine en la mítica “Kung Fu”, auténtico pastiche de géneros entre el Western y las artes marciales que triunfó en las televisiones de medio mundo y especialmente en la de este nuestro querido país a principios de los setenta.
Carradine, hijo y hermano de actores (su padre fue el fantástico John Carradine), fue un actor de gesto impasible y mirada reconcentrada, se hizo con el papel después de que Bruce Lee fuera descartado (lo que creo le sentó bastante mal) dando con el registro exacto que su personaje de antiguo monje shao lin huido a Estados Unidos requería, aunque en ese momento él de artes marciales andara un poquito justito. A mí ese primer pase de “Kung Fu” me pilló echando los dientes de leche pero recuerdo las reposiciones posteriores con mucho cariño y entiendo la fascinación que ejerció un personaje que abogaba por usar la violencia únicamente como último recurso y nunca usaba armas ante una generación acostumbrada a que sus héroes precisamente hubiesen sido pistoleros y policías de gatillo fácil. “Kung Fu” fue un concepto completamente nuevo y todavía hoy creo que es una de las mejores series de televisión de todos los tiempos que ha envejecido bastante bien.
Tras “Kung Fu”, David Carradine fue apareciendo esporádicamente en otras series y películas, lastrado su talento por la popularidad de Caine y le observamos envejecer bastante bien en pantalla sin poder evitar pensar siempre que “ahí estaba el de Kung Fú”. No fue hasta que ese genialmente oportunista revisionista cinematográfico que es Quentin Tarantino lo rescató para encarnar a Bill en su “revival” del cine de artes marciales que es “Kill Bill, volúmenes 1 y 2” y que permitió a David quitarse de encima el sambenito de Caine encarnando a Bill, ese asesino extrañamente enamorado de Uma Thurman que bordó y con el que protagonizó una de las mejores muertes cinematográficas de la década.
David Carradine ha muerto en Bangkok, una localización o estupenda para poner el sello final a una carrera marcada por sus encarnaciones de personalísimos antihéroes.
D.E.P., pequeño saltamontes.
Carradine, hijo y hermano de actores (su padre fue el fantástico John Carradine), fue un actor de gesto impasible y mirada reconcentrada, se hizo con el papel después de que Bruce Lee fuera descartado (lo que creo le sentó bastante mal) dando con el registro exacto que su personaje de antiguo monje shao lin huido a Estados Unidos requería, aunque en ese momento él de artes marciales andara un poquito justito. A mí ese primer pase de “Kung Fu” me pilló echando los dientes de leche pero recuerdo las reposiciones posteriores con mucho cariño y entiendo la fascinación que ejerció un personaje que abogaba por usar la violencia únicamente como último recurso y nunca usaba armas ante una generación acostumbrada a que sus héroes precisamente hubiesen sido pistoleros y policías de gatillo fácil. “Kung Fu” fue un concepto completamente nuevo y todavía hoy creo que es una de las mejores series de televisión de todos los tiempos que ha envejecido bastante bien.
Tras “Kung Fu”, David Carradine fue apareciendo esporádicamente en otras series y películas, lastrado su talento por la popularidad de Caine y le observamos envejecer bastante bien en pantalla sin poder evitar pensar siempre que “ahí estaba el de Kung Fú”. No fue hasta que ese genialmente oportunista revisionista cinematográfico que es Quentin Tarantino lo rescató para encarnar a Bill en su “revival” del cine de artes marciales que es “Kill Bill, volúmenes 1 y 2” y que permitió a David quitarse de encima el sambenito de Caine encarnando a Bill, ese asesino extrañamente enamorado de Uma Thurman que bordó y con el que protagonizó una de las mejores muertes cinematográficas de la década.
David Carradine ha muerto en Bangkok, una localización o estupenda para poner el sello final a una carrera marcada por sus encarnaciones de personalísimos antihéroes.
D.E.P., pequeño saltamontes.
1 comentario:
Bella reseña. Muy bien por usted, señor Impaciente.
Saludote
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