Le debía desde hace tiempo –casi un año- a Francisco Casavella la lectura de “Lo que sé de los vampiros”, obra ganadora del Nadal del año pasado y que ocupaba un lugar preferente en mis estanterías de “pendientes” sin que me decidiera a ello, dado –por que no decirlo- el tamaño de la obra (casi 570 páginas) y mis actuales limitaciones para encontrar huecos que dedicar a la lectura sosegada, más allá de los diarios viajes en transporte público. Sin embargo, la noticia de la temprana muerte de Casavella me sirvió de impulso para acometer semejante empeño y, armado con una poco sospechosa bolsita de unos grandes almacenes, me he pasado el último mes y medio paseando el libro arriba y abajo. Una pena no haberme puesto antes con él porque “Lo que sé de los vampiros”, bajo su sugerente y equivoco título (no aparece ningún vampiro canónico en el libro) es una de las mejores novelas históricas de los últimos años, y en un género tan sobreexplotado como es este últimamente creo que eso es mucho decir.
A través de las andanzas del protagonista, Martín de Viloalle, y sus múltiples identidades asistimos a uno de los más importantes cambios vividos en la Historia, el paso del Antiguo Régimen Absolutista al Nuevo Régimen inspirado en las ideas de la Ilustración. Martín de Viloalle, hijo menor de un noble de provincias, será testigo privilegiado durante toda su vida vagabunda y aventurera desde su expulsión por Carlos III de España junto a los jesuitas, de ese proceso de transformación que sufrió la Europa del siglo XVIII, visitando distintos países europeos como un pícaro buscavidas más, primero en la decadente Roma, como falsificador de grabados para el astuto Fieramosca, y más adelante deambulando por distintas cortés europeas, en calidad de sirviente del visionario Welldone, también conocido como el conde de Saint Germain, iniciándose en la masonería y el ocultismo para entretener las aburridas vidas de las clases más elevadas. Viloalle también asistirá a los desmanes cometidos en París en pos de la Razón y la Revolución y terminará sus días en América, cerrando el círculo de su vida en su vagar sin fin.
Casavella no es un autor fácil ni autocomplaciente siendo su escasa producción un constante “más difícil todavía”. En esta novela, por momentos tragicómica por momentos esperpéntica e intimista, no hace ninguna concesión al lector y renuncia a las clásicas convenciones de la novela histórica, basadas en enriquecidas descripciones de las épocas y lugares comunes, para centrarse en lo anecdótico y profundizar en sus exagerados personajes ficticios que, como caricaturas (una de las múltiples profesiones del protagonista es la de dibujante y caricaturista), nos muestran una visión deforme, y quizás por ello más auténtica que la realista, del llamado “Siglo de las Luces”. Casavella sustenta todo el artificio de la novela en su habilidad como narrador y lo rico de su estilo recargado y absorbente que puede convertir tanto en un placer como en una maldición su lectura dependiendo de la paciencia del lector, ganando la historia ritmo sólo a partir de la segunda parte de la obra y el abandono de Viloalle de su mentor Welldone, al recuperar Casavella el hilo de los acontecimientos históricos más allá de las experiencias de sus protagonistas.
La temprana muerte de Casavella nos ha impedido disfrutar seguramente de lo mejor de este interesante novelista con madera y vocación (para escribir esta novela se aisló durante cuatro años) para haber llegado muy lejos en la literatura. Quede esta obra como un excelente epitafio del autor que ningún amante de la literatura con mayúsculas debería perderse.
A través de las andanzas del protagonista, Martín de Viloalle, y sus múltiples identidades asistimos a uno de los más importantes cambios vividos en la Historia, el paso del Antiguo Régimen Absolutista al Nuevo Régimen inspirado en las ideas de la Ilustración. Martín de Viloalle, hijo menor de un noble de provincias, será testigo privilegiado durante toda su vida vagabunda y aventurera desde su expulsión por Carlos III de España junto a los jesuitas, de ese proceso de transformación que sufrió la Europa del siglo XVIII, visitando distintos países europeos como un pícaro buscavidas más, primero en la decadente Roma, como falsificador de grabados para el astuto Fieramosca, y más adelante deambulando por distintas cortés europeas, en calidad de sirviente del visionario Welldone, también conocido como el conde de Saint Germain, iniciándose en la masonería y el ocultismo para entretener las aburridas vidas de las clases más elevadas. Viloalle también asistirá a los desmanes cometidos en París en pos de la Razón y la Revolución y terminará sus días en América, cerrando el círculo de su vida en su vagar sin fin.
Casavella no es un autor fácil ni autocomplaciente siendo su escasa producción un constante “más difícil todavía”. En esta novela, por momentos tragicómica por momentos esperpéntica e intimista, no hace ninguna concesión al lector y renuncia a las clásicas convenciones de la novela histórica, basadas en enriquecidas descripciones de las épocas y lugares comunes, para centrarse en lo anecdótico y profundizar en sus exagerados personajes ficticios que, como caricaturas (una de las múltiples profesiones del protagonista es la de dibujante y caricaturista), nos muestran una visión deforme, y quizás por ello más auténtica que la realista, del llamado “Siglo de las Luces”. Casavella sustenta todo el artificio de la novela en su habilidad como narrador y lo rico de su estilo recargado y absorbente que puede convertir tanto en un placer como en una maldición su lectura dependiendo de la paciencia del lector, ganando la historia ritmo sólo a partir de la segunda parte de la obra y el abandono de Viloalle de su mentor Welldone, al recuperar Casavella el hilo de los acontecimientos históricos más allá de las experiencias de sus protagonistas.
La temprana muerte de Casavella nos ha impedido disfrutar seguramente de lo mejor de este interesante novelista con madera y vocación (para escribir esta novela se aisló durante cuatro años) para haber llegado muy lejos en la literatura. Quede esta obra como un excelente epitafio del autor que ningún amante de la literatura con mayúsculas debería perderse.
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