La semana pasada como andaba emocionado con el estreno de la nueva película de los Coen que les comentaré mañana, se me pasó comentar el estreno de la adaptación cinematográfica del cómic “Treinta días de noche” de los australianos Steve Niles y Ben Templesmith, que imagino iré a ver porque lo que he visto de la película por ahí parece interesante. Pero, antes, les voy a comentar alguna cosilla sobre el cómic “de culto” en que se basa.
Vamos por orden, y aunque imagino que a estas alturas todo el mundo está familiarizado con la historia siempre habrá algún despistado. A un pueblo de Alaska, Barrow, cercano al Polo Norte, durante el invierno se quedan sin luz solar durante treinta días lo que aprovecha un grupo de vampiros para desatar toda una cacería en el pueblo y darse un festín de sangre y visceras a los ojos de los atemorizados supervivientes que, escondidos, esperan el momento de ser cazados como conejos por los nomuertos. Sin embargo, el sheriff del pueblo se inyecta la sangre de un vampiro y, como un moderno cowboy, se convierte en un extraño vampiro con conciencia humana, capaz de enfrentarse a los chupasangres, a los que se dedica a administrar un poco de su misma medicina para salvar a sus conciudadanos aunque ello le suponga perder su propia humanidad.
En su momento, cuando Devir publicó el cómic en el 2003 se convirtió en un pequeño éxito de ventas y un tebeo de culto poniendo de moda a su guionista, Steve Niles. Sin embargo, a mí me pareció (y me sigue pareciendo tras su relectura) un mal tebeo. ¿Por qué? Porque si bien Niles parte de una estupenda idea inicial y un tratamiento del mito del vampiro alejado del estereotipo decimonónico y romántico, el desarrollo que realiza de la historia es muy limitado demostrando una escasez de recursos en el tratamiento de los personajes pelín sonrojante en un guionista de cómic. De todos modos, quizás esas taras no sean del todo achacables a Niles, quién concibió la historia para su publicación en una miniserie de tres cómics-books de grapa para por la entonces nueva editorial estadounidense IDW. Sin embargo, lo que sí es achacable a Niles es optar en el cómic por la casquería antes que por desarrollar la personalidad de los habitantes del pueblo siendo, incluso, simplemente esbozados los rasgos de los protagonistas, el sheriff y su ayudante (que al tiempo es su mujer) y dándole una mínima importancia a unos secundarios cuyo papel en la trama no va más allá que el de ser carne de cañón para la voracidad vampírica, prescindiendo de toda la potencialidad dramática que su idea podría ofrecer. Tampoco la resolución de la historia se puede considerar acertada porque, si bien el momento final de la despedida del sheriff de su mujer puede resultar conmovedor, la solución para librarse de los vampiros carece completamente de lógica y sentido. En cuanto al dibujo de Ben Templesmith, tampoco me atrajo demasiado porque el emborronamiento de las figuras y el predominio de los tonos oscuros con manchas de color (rojo, principalmente) son recursos interesantes para transmitir tensión e interés al lector (y si no que se lo digan al Frank Miller de “Sin City”) pero su abuso hace confusa la narración y no ayuda al tratamiento de los personajes buscado, supongo, por Niles.
En definitiva, “30 días de noche” en su momento, me pareció un buen “storyboard” para una película que desarrollase todas las lagunas que Niles y Templesmith no supieron llenar. Ahora parece que ese momento ha llegado con la película estrenada el viernes así que cuando la vea les cuento mis impresiones.
Vamos por orden, y aunque imagino que a estas alturas todo el mundo está familiarizado con la historia siempre habrá algún despistado. A un pueblo de Alaska, Barrow, cercano al Polo Norte, durante el invierno se quedan sin luz solar durante treinta días lo que aprovecha un grupo de vampiros para desatar toda una cacería en el pueblo y darse un festín de sangre y visceras a los ojos de los atemorizados supervivientes que, escondidos, esperan el momento de ser cazados como conejos por los nomuertos. Sin embargo, el sheriff del pueblo se inyecta la sangre de un vampiro y, como un moderno cowboy, se convierte en un extraño vampiro con conciencia humana, capaz de enfrentarse a los chupasangres, a los que se dedica a administrar un poco de su misma medicina para salvar a sus conciudadanos aunque ello le suponga perder su propia humanidad.
En su momento, cuando Devir publicó el cómic en el 2003 se convirtió en un pequeño éxito de ventas y un tebeo de culto poniendo de moda a su guionista, Steve Niles. Sin embargo, a mí me pareció (y me sigue pareciendo tras su relectura) un mal tebeo. ¿Por qué? Porque si bien Niles parte de una estupenda idea inicial y un tratamiento del mito del vampiro alejado del estereotipo decimonónico y romántico, el desarrollo que realiza de la historia es muy limitado demostrando una escasez de recursos en el tratamiento de los personajes pelín sonrojante en un guionista de cómic. De todos modos, quizás esas taras no sean del todo achacables a Niles, quién concibió la historia para su publicación en una miniserie de tres cómics-books de grapa para por la entonces nueva editorial estadounidense IDW. Sin embargo, lo que sí es achacable a Niles es optar en el cómic por la casquería antes que por desarrollar la personalidad de los habitantes del pueblo siendo, incluso, simplemente esbozados los rasgos de los protagonistas, el sheriff y su ayudante (que al tiempo es su mujer) y dándole una mínima importancia a unos secundarios cuyo papel en la trama no va más allá que el de ser carne de cañón para la voracidad vampírica, prescindiendo de toda la potencialidad dramática que su idea podría ofrecer. Tampoco la resolución de la historia se puede considerar acertada porque, si bien el momento final de la despedida del sheriff de su mujer puede resultar conmovedor, la solución para librarse de los vampiros carece completamente de lógica y sentido. En cuanto al dibujo de Ben Templesmith, tampoco me atrajo demasiado porque el emborronamiento de las figuras y el predominio de los tonos oscuros con manchas de color (rojo, principalmente) son recursos interesantes para transmitir tensión e interés al lector (y si no que se lo digan al Frank Miller de “Sin City”) pero su abuso hace confusa la narración y no ayuda al tratamiento de los personajes buscado, supongo, por Niles.
En definitiva, “30 días de noche” en su momento, me pareció un buen “storyboard” para una película que desarrollase todas las lagunas que Niles y Templesmith no supieron llenar. Ahora parece que ese momento ha llegado con la película estrenada el viernes así que cuando la vea les cuento mis impresiones.
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