¡Este hombre lo ha vuelto a hacer! Y mira que lo tenía difícil a priori con esta novela.
Una historia que se ha alargado y alargado a lo largo del tiempo con continuos retrasos en las fechas de publicación, para aparecer finalmente en dos volúmenes de más de quinientas páginas cada uno, y evitar el mosqueo de la gente que andaba ya dispuesta a tomar a sangre y fuego la editorial porque el tiempo pasa y quién más quién menos piensa que no vamos a llegar a ver el final de esta saga nunca. Sin embargo, en cuanto coges el libro e inicias el primer capítulo, la tensión desaparece y ya no puedes despegarte de una lectura que se vuelve adictiva por momentos, logrando el autor más allá del aplauso de la crítica el que todo escritor valora más, el de los lectores que, de boca a oreja, han hecho de esta saga de fantasía una obra “de culto” que si no perteneciese a un subgénero tan desprestigiado gozaría seguramente de mayor eco.
En este tercer volumen de la serie, volvemos a encontrar a los personajes con los que ya nos hemos familiarizado a lo largo de los dos anteriores volúmenes. Las Tierras de Poniente padecen las consecuencias de la guerra continuada y los ejércitos de los distintos reyes campan por doquier, convertidos en mesnadas, arrasando allá por donde pasan, sin lograr ninguno imponerse a los demás. Los reyes pretenden afianzar sus alianzas a través de matrimonios con aliados y vasallos, sin embargo, las venganzas e intrigas cortesanas por las antiguas afrentas se cobran cada vez un precio más alto.
Una historia que se ha alargado y alargado a lo largo del tiempo con continuos retrasos en las fechas de publicación, para aparecer finalmente en dos volúmenes de más de quinientas páginas cada uno, y evitar el mosqueo de la gente que andaba ya dispuesta a tomar a sangre y fuego la editorial porque el tiempo pasa y quién más quién menos piensa que no vamos a llegar a ver el final de esta saga nunca. Sin embargo, en cuanto coges el libro e inicias el primer capítulo, la tensión desaparece y ya no puedes despegarte de una lectura que se vuelve adictiva por momentos, logrando el autor más allá del aplauso de la crítica el que todo escritor valora más, el de los lectores que, de boca a oreja, han hecho de esta saga de fantasía una obra “de culto” que si no perteneciese a un subgénero tan desprestigiado gozaría seguramente de mayor eco.
En este tercer volumen de la serie, volvemos a encontrar a los personajes con los que ya nos hemos familiarizado a lo largo de los dos anteriores volúmenes. Las Tierras de Poniente padecen las consecuencias de la guerra continuada y los ejércitos de los distintos reyes campan por doquier, convertidos en mesnadas, arrasando allá por donde pasan, sin lograr ninguno imponerse a los demás. Los reyes pretenden afianzar sus alianzas a través de matrimonios con aliados y vasallos, sin embargo, las venganzas e intrigas cortesanas por las antiguas afrentas se cobran cada vez un precio más alto.
Mientras sus dragones crecen, en las Ciudades Libres, la última Targaryen, Daenerys, sigue su cruzada para hacerse con un ejército con el que reconquistar el reino del que fue desterrada al nacer, y, en el Norte, los Hermanos de la Guardia de la Noche se enfrentan a amenazas mágicas que creían desterradas para siempre y a la ferocidad de los Pueblos Libres que, unidos bajo un único Rey, esta vez sí parecen en condiciones de arrasar el Muro y los Reinos que protege. Y, entre tanto, el Invierno avanza…
George R.R. Martin arrasa con todo. Sin ningún tipo de miramiento por sus personajes, Martin los transforma o elimina en función de la historia que quiere contar manteniendo siempre al lector un paso por detrás de lo que su imaginación tiene planeado. Al contrario que lo que ocurre en buena parte de las obras de este género que plantean la historia a partir de unos pocos personajes arquetípicos e intocables que autolimitan la autonomía del autor con resultados predecibles y aburridos para el lector, Martin en todas sus novelas hace que la acción avance a través de varios personajes que comparten el protagonismo y aparecen o desaparecen en función de las necesidades de la historia principal. Personajes bien desarrollados y profundamente humanos en sus planteamientos y reacciones, cuyas conductas, en el mejor de los casos, son siempre de una moralidad discutible, pero con los que el lector no tiene dificultades en identificarse al resultarle creíbles y terrenales.
Tomando como modelo histórico inicial La Guerra de las Dos Rosas y coqueteando con una estructura rayana con la novela histórica en una indeterminada época medieval, Martin juega a Dios con sus personajes, sin olvidarse nunca de mantener el rigor “histórico” del escenario que ha creado y sirve de argamasa a toda la estructura de la novela. De este modo, no importa que tal o cuál personaje muera o desaparezca, ni que no hayamos sido testigos directos de todos lo acaecido y nos enteremos por otro personaje. Lo que Martin narra en cada momento es lo que realmente importa y, no se equivoquen, esta capacidad para mantener hechizado a los lectores como si de un encantador de serpientes se tratase no está al alcance de cualquiera.
He tenido guardado este tercer volumen de “Canción de Hielo y Fuego” esperando el anuncio de la cuarta entrega para empalmar uno con otro pero, al final, resulta que me ha pillado el toro y para cuando se ha publicado el cuarto volumen no había empezado con el tercero. No importa, ya me pongo con el cuarto título de la serie, “Festín de Cuervos”, que la cosa está que arde y yo no espero años para leer la continuación. Si no llegamos al final de la saga, al menos que nos quiten lo bailado.
Más sobre “Canción de Hielo y Fuego” en El lector impaciente aquí y aquí.
George R.R. Martin arrasa con todo. Sin ningún tipo de miramiento por sus personajes, Martin los transforma o elimina en función de la historia que quiere contar manteniendo siempre al lector un paso por detrás de lo que su imaginación tiene planeado. Al contrario que lo que ocurre en buena parte de las obras de este género que plantean la historia a partir de unos pocos personajes arquetípicos e intocables que autolimitan la autonomía del autor con resultados predecibles y aburridos para el lector, Martin en todas sus novelas hace que la acción avance a través de varios personajes que comparten el protagonismo y aparecen o desaparecen en función de las necesidades de la historia principal. Personajes bien desarrollados y profundamente humanos en sus planteamientos y reacciones, cuyas conductas, en el mejor de los casos, son siempre de una moralidad discutible, pero con los que el lector no tiene dificultades en identificarse al resultarle creíbles y terrenales.
Tomando como modelo histórico inicial La Guerra de las Dos Rosas y coqueteando con una estructura rayana con la novela histórica en una indeterminada época medieval, Martin juega a Dios con sus personajes, sin olvidarse nunca de mantener el rigor “histórico” del escenario que ha creado y sirve de argamasa a toda la estructura de la novela. De este modo, no importa que tal o cuál personaje muera o desaparezca, ni que no hayamos sido testigos directos de todos lo acaecido y nos enteremos por otro personaje. Lo que Martin narra en cada momento es lo que realmente importa y, no se equivoquen, esta capacidad para mantener hechizado a los lectores como si de un encantador de serpientes se tratase no está al alcance de cualquiera.
He tenido guardado este tercer volumen de “Canción de Hielo y Fuego” esperando el anuncio de la cuarta entrega para empalmar uno con otro pero, al final, resulta que me ha pillado el toro y para cuando se ha publicado el cuarto volumen no había empezado con el tercero. No importa, ya me pongo con el cuarto título de la serie, “Festín de Cuervos”, que la cosa está que arde y yo no espero años para leer la continuación. Si no llegamos al final de la saga, al menos que nos quiten lo bailado.
Más sobre “Canción de Hielo y Fuego” en El lector impaciente aquí y aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario