Siguiendo la tendencia de esta página desde hace unos días vamos con una nueva obra ambientada en la época de la Guerra Civil, aunque en este caso su importancia en el desarrollo de la trama sea incidental.
Paco Roca, en “El Faro”, nos traslada a la costa mediterránea en la que Francisco, un joven carabinero republicano huyendo hacia Francia de las tropas nacionales encuentra refugio en un viejo faro fuera de uso en el que Telmo, el viejo farero, sobrevive de los restos de naufragios que las tempestades arrojan a sus costas mientras espera la llegada de una lámpara de recambio para su faro. Junto a Telmo, Francisco construirá una barca con la que escapar a Laputa al tiempo que las heridas psicológicas que la guerra le ha dejado van cicatrizando. Sin embargo, cuando la expedición está a punto de partir el descubrimiento de la verdad sobre Telmo y Laputa y la llegada de los fascistas al Faro precipitarán los acontecimientos.
Paco Roca (“Hijos de la alambra”), en este pequeño álbum de cuarenta y ocho páginas editado por Astiberri, nos ofrece un bello cuento en el que defiende los valores curativos de la fantasía, la aventura y la amistad frente a la sinrazón, la crueldad y la desesperación del mundo real como bien resume el propio Telmo en una estupenda frase “Viajar es el sucedáneo de la pistola y la bala”. En esta historia, cargada de simbolismos, Roca desarrolla un esquematismo narrativo eficaz para construir la historia que quería contar pero que, por momentos, queda sin rumbo a la espera que el lector la rescate, como el farero, de las olas y rellene los huecos dejados por el autor en una historia que se antoja excesivamente fría y predecible. La relación tópica de maestro y aprendiz y el consiguiente enfrentamiento entre ambos que es la base sobre la que descansa el armazón de la historia es algo que hemos leído en muchas ocasiones y que suele funcionar siempre que el autor sea capaz de elevar el listón dramático para involucrar al lector en la historia. En este caso, Roca no lo consigue al construir una historia en exceso canónica y predecible que resulta más que correcta en su desarrollo y evolución y gustará a todos aquellos que vemos en la literatura una puerta por la que escapar a la cotidianidad diaria pero que anda escasa de originalidad para conmover. El bitono que aplica Roca a su dibujo es excelente para acentuar el carácter de santuario imaginario entre lo real y lo fantástico que se esfuerza en conseguir pero, como digo, resulta en exceso frío para involucrar al lector en lo que está leyendo.
Nos encontramos, pues, ante una obra con mejores intenciones que resultados aunque fuese ka ganadora del Premio al mejor Guión de Historieta Realista de El Diario de Avisos de Tenerife 2004, buenas intenciones que mantienen mi curiosidad hacia el autor y su nueva obra, “Arrugas” de reciente publicación por Astiberri. Cuando la lea, les cuento algo.
Paco Roca, en “El Faro”, nos traslada a la costa mediterránea en la que Francisco, un joven carabinero republicano huyendo hacia Francia de las tropas nacionales encuentra refugio en un viejo faro fuera de uso en el que Telmo, el viejo farero, sobrevive de los restos de naufragios que las tempestades arrojan a sus costas mientras espera la llegada de una lámpara de recambio para su faro. Junto a Telmo, Francisco construirá una barca con la que escapar a Laputa al tiempo que las heridas psicológicas que la guerra le ha dejado van cicatrizando. Sin embargo, cuando la expedición está a punto de partir el descubrimiento de la verdad sobre Telmo y Laputa y la llegada de los fascistas al Faro precipitarán los acontecimientos.
Paco Roca (“Hijos de la alambra”), en este pequeño álbum de cuarenta y ocho páginas editado por Astiberri, nos ofrece un bello cuento en el que defiende los valores curativos de la fantasía, la aventura y la amistad frente a la sinrazón, la crueldad y la desesperación del mundo real como bien resume el propio Telmo en una estupenda frase “Viajar es el sucedáneo de la pistola y la bala”. En esta historia, cargada de simbolismos, Roca desarrolla un esquematismo narrativo eficaz para construir la historia que quería contar pero que, por momentos, queda sin rumbo a la espera que el lector la rescate, como el farero, de las olas y rellene los huecos dejados por el autor en una historia que se antoja excesivamente fría y predecible. La relación tópica de maestro y aprendiz y el consiguiente enfrentamiento entre ambos que es la base sobre la que descansa el armazón de la historia es algo que hemos leído en muchas ocasiones y que suele funcionar siempre que el autor sea capaz de elevar el listón dramático para involucrar al lector en la historia. En este caso, Roca no lo consigue al construir una historia en exceso canónica y predecible que resulta más que correcta en su desarrollo y evolución y gustará a todos aquellos que vemos en la literatura una puerta por la que escapar a la cotidianidad diaria pero que anda escasa de originalidad para conmover. El bitono que aplica Roca a su dibujo es excelente para acentuar el carácter de santuario imaginario entre lo real y lo fantástico que se esfuerza en conseguir pero, como digo, resulta en exceso frío para involucrar al lector en lo que está leyendo.
Nos encontramos, pues, ante una obra con mejores intenciones que resultados aunque fuese ka ganadora del Premio al mejor Guión de Historieta Realista de El Diario de Avisos de Tenerife 2004, buenas intenciones que mantienen mi curiosidad hacia el autor y su nueva obra, “Arrugas” de reciente publicación por Astiberri. Cuando la lea, les cuento algo.
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