Vaya por delante que me gusta el fútbol, más allá de lo absurdo que me parece la maximización que se hace de todo aquello que le rodea, aunque deplore por regla general la actitud endiosada de los futbolistas, personajes idolatrados hasta el paroxismo por muchos que los consideran modelos que emular cuando no dejan de ser más que chicos que le “pegan bien a un balón”. Eso no quita que haya sentido la muerte repentina de Antonio Puerta, el jugador del Sevilla fallecido ayer, por lo dramático de su muerte en el terreno de juego, que no ha sido la única ni será la última, y por tratarse de un chico joven, más joven que yo, lo que inevitablemente lleva a plantearte lo frágil de la existencia propia. A Antonio Puerta le dio tiempo a disfrutar de aquello que le gustaba y a ayudar en los recientes éxitos deportivos de su equipo de toda la vida. Por lo que he leído en las glosas de los diversos medios debió ser un tipo simpático (para ser futbolista, claro). No es poca cosa, pero la muerte nos llega a todos, incluso a los “triunfadores”.
D.E.P.
D.E.P.
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