Por los comentarios del blog me enteré ayer de la muerte durante el fin de semana de Sydney Lumet, uno de los directores más interesantes del cine norteamericano de finales de los sesenta y principios de los setenta. En su rica y variada filmografía, si hay una característica común es intentar centrarse en contar historias que despertaran el interés del espectador más allá de la concepción del cine como espectáculo vacío y sin chicha, aunando entretenimiento y reflexión al tiempo que sacaba lo mejor de los excelentes actores con los que trabajó.
Entre sus películas hay varias a redescubrir -“Supergolpe en Manhattan”, “La Colina”, “Punto Límite” o “Network”, por citar unas pocas- pero, en mi opinión, Lumet tiene dos películas que destacan enormemente por encima del resto de su filmografía y por las que merece ser recordado ya que dentro de los géneros en los que se adscriben como auténticas obras de referencia.
Por un lado, “Doce hombres sin piedad”, la película de su debut en 1957 y que supone una de las más grandes películas del cine procesal (si no la más grande).
Por otro, “Serpico” (1973) en la que un joven Al Pacino realiza uno de sus mejores papeles interpretando la vida de un particular policía de incógnito en el corrupto Cuerpo de Policía de Nueva York.
Tras la muerte de Arthur Penn dos grandes referentes del cine norteamericano de los setenta desaparecen con apenas unos meses de diferencia. Brrr….
D.E.P.