Embargado de mi infinita fe
en la capacidad para mejorar del género humano, alguna buenas críticas de
conocidos y el ver en los andenes de Metro a más de un usuario cargando con el
mamotreto, decidí darle una segunda oportunidad a Patrick Rothfuss – que
aseguraba además haberse tomado su tiempo para "no escribir un libro más, sino el
mejor de los libros posibles", según leí en algún sitio que no recuedo- y me he embarcado en las últimas semanas en la
lectura de “El temor de un hombre sabio”, la esperada por algunos segunda parte
de “El nombre del Viento”, sobrevaloradísima novela de fantasía la que ya
escribí algo por aquí.
Kvothe retoma el relato de su vida en la taberna en la que
se esconde al Cronista que le escribe su biografía allá donde lo dejara. Tras
abandonar sus estudios de magia en la Universidad durante unos trimestres,
Kvothe pasará un tiempo viajando sirviendo al poderoso Maer Alveron, al que
salvará la vida y prestará importantes misiones, conocerá a la mágica Felurian
que le descubrirá los placeres del sexo y se adoctrinará y aprenderá los
secretos de los esquivos adem, al tiempo que intenta averiguar más cosas en
torno a los legendarios Chandrian de los que espera algún día vengarse por la
muerte de sus padres y familiares.
En fin, si Patrick Rothfuss
esperaba escribir una novela mejor que “El nombre del viento” me temo que en mi
opinión no lo ha conseguido, ya que no solo no corrige ninguno de los defectos
que veía en aquella sino que además parece incidir en los mismos. Con una extensión
excesiva y unas situaciones alargadas hasta el aburrimiento, “El temor de un
hombre sabio” no solo ensalza hasta la antipatía a su protagonista, un
antihéroe adolescente que da igual los bretes en que le ponga su autor porque
ya sabemos de antemano que saldrá airosos de los mismos merced a la estructura
narrativa de la obra, sino que además las aventuras que protagoniza al lector
avezado en el género fantástico no puede más que sonarle, ya alejado de la
Universidad a lo J.K. Rowling donde se localizaba la primera novela, a refrito
teen de los Leiber, Moorcock o Howard, por nombrar solo a tres autores
referenciales.
En fin, seguramente as
aventuras de Kvothe a mí me han pillado mayor y no me acabo de identificar ni
con el personaje ni con el autor pero la pobreza argumental, de personajes y de estilo de esta novela, me hace sospechar
que si esto es de lo mejorcito que puede dar el género fantástico en los
próximos años, el rasero de los expertos es realmente bajo o interesado.
Rothfuss
es joven todavía y quizás no ha aprendido que por acumular más páginas se
escriben mejores novelas. Espero que por él y por el bienestar de las
articulaciones de su legión de seguidores que lo leen en los andenes del
transporte público aplique esa lección en la próxima entrega. Yo, por el
momento, me bajo de este carro desde ya.