Podría hacer una reseña de
una sola línea de la esperada segunda parte de “El Héroe”, recientemente publicado por
Astiberri Ediciones, diciendo que confirma las buenas expectativas generadas
con la primera entrega de la que ya comenté por aquí y solo cabría refrendar lo
ya escrito en su momento y quedarme tan ancho
Pero como un blog no es para tweetear y lo que me apetece es explayarme con el trabajo de David Rubín sería injusto quedándome tan corto en la alabanza a uno de los tebeos más ricos
en recursos y originales en contenido pero, sobre todo, exportables que han
aparecido en España en los últimos tiempos.
Lo de menos es que en esta
segunda parte, Rubín acabe de adaptar con una renovadora e imaginativa visión
pop y anime el imperecedero mito de los Doce Trabajos de Hércules, el semidiós
que venciendo las múltiples zancadillas de la diosa Hera y su acólito Aristeo,
se convirtió en un modelo para los mortales mostrando que otras vías eran
posibles antes que aceptar la fatalidad de los designios de los despóticos
dioses griegos. Eso no sería más que certificar de la finalización de la
aventura iniciada en el primer tomo con el que conforma un todo unitario con el
que la división en dos partes se debe más a una cuestión práctica que de
contenidos, retomando la historia en este segundo tomo allá donde quedó en la
finalización de la primera parte.
David Rubín es un autor que
desde sus ya prometedores inicios ha madurado a pasos agigantados y con “El
Héroe” ha revalidado esplendorosamente todo lo bueno que se le intuía,
confirmándose como un autor rico en influencias variopintas pero que a
diferencia de otros no se limita a realizar un hueco ejercicio de estilo en su
trabajo, imitando las modas e influencias formales en boga sin tener nada
especialmente interesante que contar. No, Rubín ha sabido captar la esencia didáctica
del mito de Hércules para reinterpretarla y ampliarla, incorporando en sus
distintos capítulos desde un libro de autoayuda hasta un ensayo sobre la
paternidad, de una historia conmovedora de amor y desamor a una parábola
admonitoria sobre la importancia de las ejemplarizantes insumisiones
individuales frente a las injusticias de los poderosos perfectamente aplicable a
los inciertos tiempos que afrontamos. Y toda esa carga de profundidad se enmascara
bajo la apariencia solo formalmente sencilla de un cómic cinético y volátil, repleto
de grandiosas onomatopeyas, rebosante de chillones colores y homenajes a la
cultura de masas que el autor ha devorado con deleite, de esos que se lee de un tirón en lo que no deja
de ser una reafirmación del medio bastardo que ha elegido para expresarse para
acometer transversal y coherentemente las más complejas temáticas.
Como decía más arriba, Rubín
rebosa de influencias y homenajes a grandes maestros del cómic desde los
omnipresentes clásicos Kirby, Peelaert o Tezuka a los no menos boyantes popes ochenteros
como Frank Miller, Javier Olivares Mike Allred o Mazzuchelli, sin olvidar a
interesantes contemporáneos como Bryan Lee O’Malley, Joann Sfar o David B.
Rubín engulle todas esas influencias –y algunas más que seguro se me escapan- y
las deglute en un estilo fresco, evocador pero no tributario, con el que en
lugar de conformarse a ser un clon más o menos talentoso coreado por el patio
se ha aplicado el cuento que predica y se ha erigido en un autor insatisfecho,
exigente y autocrítico, el propio héroe de su historia enriqueciendo con su
constante descontento su obra para transformar la ya prometedora materia
prima de sus primeras obras en un estilo sólido, ecléctico y rico por la variedad de sus recursos narrativos y
gráficos al infinito en “El Héroe”.
Rubín, como si fuese un
alquimista medieval o un prestidigitador del siglo pasado, ha conseguido lo que
muchos persiguen y pocos logran. La piedra filosofal de la cuadratura del círculo
del noveno arte: un tebeo que es una novela gráfica y un manga de superhéroes
que reconcilia al gafapasta posmoderno ávido de nuevas tendencias con la
ortodoxia del superfriqui de los superhéroes adicto a los videojuegos de
consola.
No sería de justicia que un
tebeo tan rico como “El Héroe” se perdiera en el océano de oferta insustancial que nos
abruma y no encontrase eco más allá de nuestras fronteras. Por su calidad y
originalidad, es una obra que debería promocionarse adecuadamente fuera de España y ser
estandarte de cómo se hace cómic por aquí más allá de nuestra fronteras
colocando a Rubín, ya un autor maduro en lo creativo a pesar de su juventud, a
la cabeza de una generación de jóvenes autores que han dejado de ser promesas
para convertirse en realidades que deben salir a conquistar los salones
internacionales de cómics. Y es que es el sino de los héroes abrir nuevos
caminos.