Si ayer nos enterábamos de la muerte de Emma Penella, hoy nos hemos levantado con la de Paco Umbral, un escritor más familar para la mayoría por los exabruptos sin cortapisas y polémicas de su personaje que por sus calidades literarias.
Conocí al Umbral verdadero a través de la lectura de “Mortal y Rosa” hace ya muchos años. Una lectura conmovedora, alejada de la imagen polémica que transmitía a través de las pantallas, en la que el autor exorcizaba sus demonios tras la muerte de su hijo con la prosa más pura jamás escrita en los últimos cincuenta años y que mostraba una persona profundamente humana y sufriente. Me emocionó profundamente y, a partir de entonces, me convertí en “umbralista”, defensor ultranza de su obra y su verbo acerado frente aquéllos que no iban más allá de la anécdota para la mofa fácil. Me fascinaba pasear por las calles de su Madrid de posguerra tan cercano al mío e imaginar a sus personajes caminando a mi alrededor, tan próximos y lejanos al tiempo. “Las ninfas” fue pasado el tiempo una revelación, la sorpresa de que podía haberse escrito en España de una manera tan libre en unos tiempos en que la libertad era tan cara y que tan bien describe Rafael Marín en Crisei.
Tenemos que estar tristes porque se ha ido no sólo un gran escritor, sino también uno de los últimos (sino el último) bohemios que entendieron la literatura como un compromiso de por vida, más allá de los oropeles y los premios, un vividor sin pelos en la lengua ni más obligación hacia la vida que los dictados de su imaginación a su pluma.
D.E.P.
Conocí al Umbral verdadero a través de la lectura de “Mortal y Rosa” hace ya muchos años. Una lectura conmovedora, alejada de la imagen polémica que transmitía a través de las pantallas, en la que el autor exorcizaba sus demonios tras la muerte de su hijo con la prosa más pura jamás escrita en los últimos cincuenta años y que mostraba una persona profundamente humana y sufriente. Me emocionó profundamente y, a partir de entonces, me convertí en “umbralista”, defensor ultranza de su obra y su verbo acerado frente aquéllos que no iban más allá de la anécdota para la mofa fácil. Me fascinaba pasear por las calles de su Madrid de posguerra tan cercano al mío e imaginar a sus personajes caminando a mi alrededor, tan próximos y lejanos al tiempo. “Las ninfas” fue pasado el tiempo una revelación, la sorpresa de que podía haberse escrito en España de una manera tan libre en unos tiempos en que la libertad era tan cara y que tan bien describe Rafael Marín en Crisei.
Tenemos que estar tristes porque se ha ido no sólo un gran escritor, sino también uno de los últimos (sino el último) bohemios que entendieron la literatura como un compromiso de por vida, más allá de los oropeles y los premios, un vividor sin pelos en la lengua ni más obligación hacia la vida que los dictados de su imaginación a su pluma.
D.E.P.